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La bruja negra

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—¿Ah, sí? —pregunta confundida.

Jarod vacila.

—No… no quiero asustarte.

—¿A qué te refieres? —pregunta Aislinn.

—Mis garras. Son… útiles.

Aislinn traga saliva y le mira con ojos de asombro.

—No… no me asustaré.

Jarod se sube la manga derecha de la túnica y levanta la mano sin dejar de mirar a

Aislinn. Todas observamos fascinadas cómo se transforma, se cubre de pelo y le salen

unas garras afiladas.

Jarod se acerca a la pared y utiliza su pata para hacer varios agujeros en la piedra,

después vuelve a transformarla en su mano normal y clava los ganchos. Se vuelve

para ver cómo ha reaccionado Aislinn.

—Es muy… útil —comenta ella, aunque sus sencillas palabras contrastan con la

expresión de asombro de su cara.

Jarod la observa un poco más antes de repetir el proceso y, poco a poco, la

sorpresa de Aislinn se va aminorando a medida que él trabaja.

Ya es más de medianoche y estamos todos descansando en el suelo, delante del fuego.

La estancia está completamente transformada. Ahora cuelgan tapices de todas las

paredes y hay esculturas y cuadros en el vestíbulo del piso de arriba y en la escalera

de caracol. La Torre Norte se ha convertido en una pequeña pero impresionante

galería de arte.

Preparo té y sirvo una taza para cada uno. Menos para Ariel, que sigue

desmayada en su cama revuelta.

Jarod y Aislinn se están turnando para leer algunos versos de los libros de poesía

del lupino, y Wynter lo está escuchando sentada en el alféizar.

Al rato, a Aislinn empiezan a pesarle los ojos y no deja de bostezar cuando le toca

leer, así que Jarod se encarga de seguir él solo; me resulta muy agradable escuchar su

voz grave y firme mientras me tomo el té.

Observo divertida cómo Aislinn se va quedando dormida poco a poco hasta que,

como una flor plegando los pétalos para pasar la noche, se acaba rindiendo; cierra los

ojos del todo y se apoya en Jarod.

Jarod deja de leer. La rodea con el brazo y la sostiene con delicadeza. Ella respira

hondo y se acurruca contra él apoyando la mano en su cintura.

El lupino alza las cejas sorprendido, inmóvil, con el libro de poesía olvidado

sobre el regazo. Wynter se ha escondido en sus alas, quizá también esté dormida.

Jarod me mira con recelo. Y no me extraña.

Se me acelera el corazón al verlos tan cerca, en una actitud tan íntima, y de pronto

me preocupo por mi amiga. Una cosa es desear que Jarod fuera gardneriano de una

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