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La bruja negra

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—¡Se llaman ícaras, no gallinas!

—¿Qué? —Por un momento no entiendo nada, pero entonces comprendo la

confusión—. No estoy hablando de Ariel y Wynter. Estoy hablando de las mascotas

de Ariel. Antes solo tenía una gallina, ahora son dos. Así que, por favor, deja de

juzgarme con tanta dureza. ¿Alguna vez has pasado un rato con Ariel Haven?

¡Deberían darme una medalla por vivir con ella!

—Sí, los ícaros son criaturas viles y asquerosas —espeta.

—En realidad —contesto—, Wynter es bastante agradable, ahora que ha dejado

de comportarse de esa forma tan horrible, y Ariel no es tan homicida como antes. Ya

sé que me parezco mucho a mi abuela, pero la verdad es que no soy como tú crees

que soy, ni mis hermanos tampoco.

Yvan esboza una sonrisa desagradable.

—Sí, ya imagino que tu hermano Trystan debe de suponer un dilema para tu

ilustre familia, ¿no?

Caigo presa de un frío gélido que me roba la valentía.

—Trystan es una buena persona —digo en voz baja—. Por favor… por favor, no

hagas nada que pueda meterlo en un lío.

La mueca de enfado de Yvan desaparece en cuanto ve lo mucho que me han

afectado sus palabras.

—No lo haré —contesta con un tono extrañamente amable. Me observa un buen

rato—. Vamos —dice, y se levanta de golpe como si acabara de decidir qué hacer. Se

desliza hasta la base del montículo y se vuelve para esperarme.

Yo le sigo hasta la espesura del bosque. Cuando llegamos a una pequeña cumbre,

Yvan se agacha y me hace señales para que me reúna con él.

Al otro lado hay varias jaulas, están repartidas por el bosque, y tienen los barrotes

negros y curvados.

Y hay dragones en todas ellas.

Trago saliva nerviosa mientras nos deslizamos junto a las jaulas. Los horribles

rostros de los dragones me asustan: les gotea baba de la boca, de sus fauces

gigantescas, y cuando echan los labios hacia atrás puedo verles los dientes asesinos.

Pero lo peor de todo…

Son los ojos. Blanquecinos, opacos y sin alma. Como los de los ícaros de Valgard.

¿Alguien torturaría a estos dragones igual que hicieron con los ícaros de Valgard?

¿Los convirtieron en monstruos?

Los dragones me observan al pasar y me siento como si me estuvieran mirando

unos demonios.

Entonces pasan dos soldados gardnerianos charlando amistosamente. Yvan se

saca un reloj del bolsillo y lo mira mientras sus voces se apagan.

—El cambio de guardia —susurra.

Le sigo con el corazón desbocado, rodeamos un pequeño montículo hasta llegar a

una jaula que está separada, rodeada de árboles carbonizados.

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