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La bruja negra

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Nunca lo averiguará. ¿Cómo iba a descubrirlo?

Más tarde, esa misma noche, Ariel vuelve a hablarme al fin.

La habitación está totalmente distinta. Wynter y yo la hemos limpiado y la mayor

parte de la estancia, excepto por el tercio de Ariel, está bien barrida y ordenada. La

pequeña pajarera que hizo Rafe está ahora junto a la cama de Ariel. Dentro hay dos

gallinas robadas y un búho con un ala rota que Ariel ha estado cuidando.

Tengo que admitir que el búho me tiene un poco fascinada y que disfruto

observando la forma que tiene de girar la cabeza casi por completo, además de

contemplar sus preciosos y enormes ojos. Jamás había estado tan cerca de uno.

Ariel estudia cría de animales, y tiene la mesa llena de libros, casi todos sobre

medicina aviar. A pesar de lo dispersa y voluble que es con la gente, con los animales

se muestra relajada y habilidosa. Lo que más le gustan son los pájaros, tanto que se

niega a comerlos.

Estoy tumbada en mi cama de la cálida habitación, estudiando, rodeada de libros

y notas, en la chimenea crepita un fuego y el tenue brillo de las llamas lo ilumina

todo. El búho y la gallina están posados en la cama de Ariel, a su lado, y Wynter está

sentada en el suelo, dibujando al búho, mientras Ariel lo acaricia con suavidad.

Entonces Ariel me mira con los ojos entornados y la cabeza apoyada en la

almohada.

—Podrías haber hecho que me expulsaran.

Me sobresalto al oír su voz, y Wynter deja de dibujar un momento. Tardo un poco

en responder.

—Ya lo sé.

—Te hice daño —insiste—. Estabas llena de sangre y moretones. Podrías

haberme enviado a… ese sitio.

—Ya lo sé —repito avergonzada e incómoda—. Pero decidí no hacerlo.

—Pero —insiste enfadándose un poco—, estabas llena de sangre y…

—Le dije a todo el mundo que me había caído por la escalera.

Sigue observándome con una mirada dolida.

—Sigo odiándote, ¿sabes?

Trago saliva y asiento. Claro que me odia. Me lo merezco. Ella rompió una de

mis posesiones más preciadas, pero yo provoqué la muerte de un ser vivo, un ser al

que ella amaba.

—No espero que dejes de odiarme nunca —digo al fin con cierto esfuerzo—.

Pero quiero que sepas que siento lo que le pasó a tu gallina. No sabía que Lukas iba a

hacer eso… no pensé… estaba muy enfadada contigo. Lo siento.

—Da igual —dice con sequedad cortándome y tumbándose boca arriba para mirar

al techo—. Está mejor muerta que aquí. Ojalá yo también estuviera muerta.

Me quedo de piedra.

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