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La bruja negra

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Y a Vogel.

Entorno los ojos para mirar hacia la Torre Norte, que asoma por encima de

nosotros, la luz del sol es tan brillante que blanquea sus muros. Cuando nos

marchamos, el viento cambia de dirección y una áspera brisa golpea la firme piedra

de sus muros.

El comedor está hasta los topes. Las trabajadoras uriscas sirven distintas variedades

de gachas, panes y quesos, hay mesas de madera llenas de comida. Dentro huele a té,

sidra caliente, castañas asadas y cereales con frutos secos.

Pongo la capa encima de un banco y dejo la mochila y el violín. Es un alivio estar

en un sitio tan calentito después de haber pasado tanto frío por la noche y del aire tan

fresco de la mañana. Me caliento las manos en una de las muchas estufas que hay

repartidas por la estancia y cuyas tuberías serpentean entre las vigas bajas del techo.

El calor que irradia la estufa me alivia la tensión de los músculos y me va calentando

los huesos poco a poco.

La mayor parte de los estudiantes que llenan el comedor están separados por

razas, y se ven pequeños grupos de gardnerianos, verpacianos, elfhollen, elfos y

celtas repartidos por las mesas, algunos visten los uniformes militares de sus

respectivos países. Veo a Fernyllia colocando unas cestas de rollitos, y al mirarla

siento una punzada de incomodidad.

Trystan ayuda a Gareth a sentarse y le coloca la pierna entablillada sobre un

banco mientras Rafe va a buscar la comida para todos. Yo me siento junto a Aislinn,

con la estufa a la espalda, y me sorprende ver que Echo se queda de pie.

—¿No vas a sentarte con nosotros? —le pregunto.

Mira a Gareth un tanto incómoda y aprieta con fuerza el librito encuadernado en

piel que lleva en las manos.

—No… puedo. Tengo que marcharme. —Mira hacia la otra punta del comedor,

hacia un grupo de mujeres gardnerianas vestidas con tanto remilgo como ella—. Me

alegro de que hayas encontrado a tu familia, Elloren.

Se le borra la sonrisa y le lanza una sonrisa hostil a Gareth antes de marcharse.

Se me encoge el corazón. Ya sé de qué huye Echo.

De la mecha plateada del pelo de Gareth.

Echo se une a la pandilla de jovencitas y, automáticamente, todas se acercan unas

a otras para susurrar entre sí y mirar a escondidas y con desaprobación a Gareth, que

por suerte está distraído mirándose la pierna entablillada.

Trystan me lanza una dolida mirada cómplice.

Lamento mentalmente los prejuicios de Echo. Gareth es gardneriano. ¿Qué más

da que tenga una mecha plateada en el pelo? Es uno de los nuestros.

—Tu amiga está aquí —susurra Aislinn alejándome de mis pensamientos. Percibo

cierta advertencia en su tono.

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