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La bruja negra

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Poesía

Este año soy más consciente del paso de las estaciones que en años anteriores.

Ahora mi aliento forma pequeñas nubes cuando cruzo los campos que

separan la Torre Norte de la universidad y me duelen los nudillos debido a la

gélida caricia del aire.

Quizá se deba al furioso ritmo de producción de nuestro laboratorio de farmacia,

pues el otoño es la época más ajetreada para los farmacéuticos. La tos negra,

neumonías, sabañones, catarros, la gripe roja… Todas son enfermedades que

aparecen con el frío y proliferan en el aire viciado de los espacios con las ventanas

cerradas.

En Metalurgia, el elfo serpiente me obliga a trabajar a toda velocidad, me deja

muy poco tiempo para preparar los polvos de metal que utilizo para los agentes

quelantes de las medicinas, y me puntúa los trabajos con mucha dureza (a duras penas

consigo aprobar). La antipatía que siente por todos los gardnerianos es sutil, pero se

hace bastante evidente en sus ojos estrellados, y a mí me tiene más antipatía que a

nadie. Lo único que hace que la clase sea semisoportable son los pequeños gestos de

Curran, que me pasa alguna notita de vez en cuando y comparte conmigo los

resultados del laboratorio. En especial teniendo en cuenta el continuo acoso de

Fallon.

Matemáticas y Química también son asignaturas complicadas, aunque la

profesora Volya es muy justa. El único que se muestra magnánimo y compasivo es el

profesor Simitri, y los compañeros que tengo en sus clases son reservados pero

cordiales.

Y no dejo de recibir cartas de la tía Vyvian en las que me describe lo sencilla,

lujosa y feliz que sería mi vida en la universidad si accediera a comprometerme con

Lukas. Yo siempre llevo la capa puesta en nuestra gélida residencia y tiro todas sus

cartas a la chimenea aprovechando la breve llama que sale para calentarme las

manos.

Ahora todas las mañanas son extrañamente tranquilas, como si todo el mundo

estuviera conteniendo el aliento, esperando algo. Lo único que rompe el silencio son

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