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La bruja negra

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—Sí. Todo el mundo tiene que ir vestido. Especialmente los niños mayores y los

adultos. Y nunca podemos estar desnudos delante de personas del sexo opuesto.

—¿Nunca? —Diana esboza una mueca de irónica incredulidad—. ¿Y cómo os

apareáis? Sois bastantes, así que seguro que lo hacéis en algún momento.

Rafe suelta una carcajada sorprendida y, al hacerlo, escupe parte del té. Diana

esboza una sonrisa engreída.

—Imagino que… ciertamente… en ese caso la gente se quita la ropa —le concede

Rafe con una mirada divertida mientras se esfuerza por contestar—. Pero ahora en

serio, Diana, ya sé que para ti es absurdo, pero aquí hay creencias religiosas que la

condenan.

—¿El qué?

—La desnudez.

—¿Creencias religiosas?

—Sí —le dice—. Hay personas que pensarían que si estás cómoda desnuda es

porque no tienes moral y que… que te aparearías con cualquier hombre.

—Eso es absurdo —afirma Diana agitando la mano en el aire—. Nosotros nos

apareamos de por vida.

—Ya lo sé. Pero aquí hay hombres que se aparearían contigo y no tienen ningún

deseo de establecer un vínculo de por vida. Ni siquiera tienes por qué caerles bien.

Diana guarda silencio y se queda mirando a Rafe un buen rato con la boca

entreabierta.

—Eso es espantoso. Es muy inmoral. —Diana frunce los labios con

desaprobación y fulmina a mi hermano con la mirada—. Sois muy raros. —Diana ve

a alguien al otro lado del comedor y levanta la mano para llamar su atención—. Jarod

—dice llamando a su hermano.

Jarod la ve, sonríe y se acerca a nuestra mesa.

—Lo que hemos oído decir sobre su pueblo es verdad —le dice Diana sin

molestarse en introducir el tema. Nos señala haciendo un gesto con la mano—. Esta

gente se aparea con personas que ni siquiera les caen bien.

Es evidente que está conmocionada.

Rafe levanta ambas manos mirando a Diana como si quisiera rebatir su acusación.

—Me refería a que existen gardnerianos y celtas que son así, pero no todos —

aclara con vehemencia.

Jarod pone cara de asombro y se sienta al lado de Diana colocando la silla del

revés.

—¿En serio? —le pregunta a su hermana en voz baja avergonzado de nosotros—.

Pensaba que solo era un rumor malintencionado.

—Yo también —concede Diana—. Pensaba que el Padre estaba exagerando. —Se

vuelve hacia mí con expresión censuradora—. ¿Tú te has apareado de esa forma,

Elloren?

Casi escupo todo el té que tengo en la boca.

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