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La bruja negra

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El joven frunce el ceño. Los dos nos quedamos mirando a los asesinos mientras

colocan sus cuerpos sobre los lomos de un caballo. Los muertos tienen los ojos

pintados de negro. Lucen runas intrincadas en la cara y llevan los labios pintados de

negro.

Me envuelvo la manta con fuerza.

—Son mercenarios ishkart —me dice el escolta con seguridad—. Asesinos del

Reino del Este. —Apunta con el dedo a los dragones muertos que otros soldados

están cargando en un carro—. Y sus dragones de las profundidades. —Mira en

dirección a la Torre Norte congelada y me vuelve a mirar a mí—. Deberías volver a

tu residencia, Maga Gardner.

—Pero… ¿qué pasa si vienen más? —pregunto preocupada mirando de reojo

hacia el bosque oscuro, los árboles parecen personas escondidas.

—No venían a por ti —dice. Mira en la dirección en que se han llevado a Fallon

—. Solo iban a por ella. Nuestra próxima Bruja Negra.

—Su ropa —digo recordando los símbolos brillantes—. ¿Qué son esos símbolos

tan raros?

—Le marcaron la ropa con runas de rastreo —me explica—. La siguieron hasta

aquí. —Señala la torre con la barbilla—. A menos que tengas otra Bruja Negra en esa

torre, nadie vendrá a molestarte, Maga Gardner.

Un soldado que está cerca de la puerta de la Torre Norte apunta con la varita y

proyecta una ráfaga de fuego hacia el marco de la puerta que funde el hielo de Fallon.

La abre y entra.

Se me revuelve el estómago. Hay soldados por todo el campo, pero se van

dispersando a medida que la búsqueda se traslada al bosque. Levanto la cabeza

muerta de pánico y veo la silueta de una ícara en la ventana de las escaleras.

Me levanto y corro tambaleándome hacia la torre, justo cuando reaparece el

soldado. Se aparta inexpresivo cuando yo paso por su lado y subo los peldaños de la

escalera de caracol de dos en dos sin preocuparme por la punzada de dolor que siento

cada vez que apoyo el pie derecho.

Llego jadeando y me encuentro a Wynter esperándome al otro lado del

descansillo, con la puerta de nuestra habitación abierta.

«Marina. Marina. Marina».

Corro hacia la puerta y me paro en seco justo antes de entrar.

Ariel me mira desde su cama, hay algo que se mueve bajo las mantas, a sus pies.

La criatura se quita las mantas de la cabeza y Marina se asoma para mirarme con

sus ojos de océano.

—¿La ha escondido Ariel? —le pregunto a Wynter con la voz entrecortada,

asombrada y perpleja, inclinándome hacia delante para recuperar el aliento.

Wynter asiente.

—Pero… —digo con la voz aguda debido a la confusión—. Ariel la odia.

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