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La bruja negra

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—Y ahora quieres robar dragones y rescatar selkies —continua Rafe.

—No creo que nuestra abuela se sintiera orgullosa —le dice Trystan a Rafe.

—No, creo que Trystan tiene razón —concede Rafe fingiendo una mirada

desaprobadora—. Estás siendo una gardneriana muy mala.

Miro a Yvan, que escucha nuestras bromas alzando las cejas sorprendido.

Como siempre, me siento un poco desconcertada por estar en una habitación en la

que también vive Yvan. Es íntimo y extraño. No puedo evitar descubrir cosas sobre él

siempre que estoy aquí. Los títulos de sus libros, la clase de ropa que tiene colgada en

la silla o tirada en la cama. Y me da la sensación, por la forma que tiene de apartar los

ojos cada vez que nos miramos, que él también se da cuenta de que esto no es muy

apropiado.

—Ren —dice Rafe borrando la sonrisa y adoptando un tono precavido—.

Supongo que te das cuenta de que si te encuentran con la selkie te multarán por robo.

Si robas un dragón de la base militar dirán que eres un miembro de la Resistencia, te

obligarán a comparecer ante un tribunal militar y probablemente te ejecuten. Te

lanzaran un montón de flechas. Y eso si tienes suerte.

—No creo que se pueda liberar a la dragona —interviene Yvan—. Creo que la

matarán mucho antes de que alguien consiga encontrar la forma de sacarla de la

jaula… si es que eso es posible. Damion Bane ha hechizado la cerradura.

—¿De qué está hecha la jaula? —pregunta Trystan repentinamente intrigado.

Estoy viendo ese brillo que tan bien conozco en sus ojos. A Trystan le encantan los

misterios.

—Es de acero élfico —contesta Yvan—. Es tan fuerte que puede soportar el fuego

de un dragón.

—Ah, sí, lo conozco —dice Trystan—. Los elfos utilizan ese material para hacer

las puntas de sus flechas. Solo se puede manipular antes de solidificarse. Una vez

frío, ya no se puede volver a trabajar con él.

—¿Podrías conseguir un poco? —le pregunta Rafe a Trystan con una mirada

traviesa en los ojos.

Trystan se encoge de hombros.

—Podría conseguir algunas puntas de flecha. —Trystan mira a Rafe con los ojos

entornados—. Quieres experimentar con él ¿no?

—Quizá exista algún hechizo que pueda romperlo.

—¿No necesitas una varita militar para eso? —señala Trystan—. Y esas varitas

tan poderosas son caras, e imagino que aquí Yvan, que es celta, no tiene ninguna.

—Bueno, tú eres un cadete —le recuerda Rafe.

Trystan niega con la cabeza.

—No nos permiten quedarnos las varitas. Las tienen bajo llave. Y no tenemos

dinero para comprar una…

—Yo tengo una varita —espeto.

Todos dejan de hablar y se vuelven hacia mí.

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