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La bruja negra

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—Están entrenados para matar intrusos —contesta Cael—. Y para volver con su

entrenador.

Yvan corre hacia el árbol más alto, un pino gigantesco. Trepa por el tronco a una

velocidad asombrosa y la habilidad de un mono. Le observo mientras se cuelga de la

copa del árbol con un solo brazo, no puedo creer lo que veo. Intento recordar qué

clase de fae podía trepar de esa forma.

Oímos un rugido a lo lejos. Un hombre grita, después otros hacen lo mismo.

Siguen una serie de aullidos despiadados que me ponen el vello de punta. Y entonces

suena la alarma de la base, es un silbido cada vez más fuerte, y entonces los dragones

empiezan a gritar.

—Están por todas partes —grita Yvan desde lo alto del árbol—. Están todos

sueltos…

Yvan salta del árbol y cae delante de mí haciendo un ruido seco. Está agachado y

hay una mirada decidida en sus ojos verde esmeralda.

No tengo tiempo de maravillarme del salto que ha dado sin ningún esfuerzo desde

tanta altura. Me coge del brazo y tira de mí y me aparta del claro en dirección a la

protección de los árboles.

Me araño el brazo y una rama me roza la cara cuando caigo al suelo.

De pronto aparecen tres dragones que sobrevuelan las copas de los árboles

impulsando el aire con sus poderosas alas, todos tienen los costados recubiertos de

durísimas escamas negras. Uno de ellos suelta un aullido chirriante. Y de pronto

pienso que tengo la piel muy suave, en lo fácil que cedería al ataque de los dientes y

las pezuñas.

Soy una presa fácil.

Cael y Rhys han subido a los árboles armados con sus flechas de marfil, y Tierney

se ha protegido bajo un roble enorme. La base militar se ha convertido en una

cacofonía de gritos y aullidos. Hombres gritando. Mujeres chillando. Caballos presas

del pánico.

—Wyn’terlyn.

Cael llama a su hermana en élfico mirándola fijamente. Señala a Naga y lanza una

orden en su idioma. Wynter se esconde bajo el ala rota de la dragona y desaparece de

la vista.

—Oigo dragones —dice Diana ladeando la cabeza—. Bastantes. Y vienen hacia

aquí.

—¿Cuántos? —pregunta Andras apretando los dientes mientras ase con fuerza su

hacha y flexiona sus musculosos brazos.

Diana le mira a los ojos.

—Demasiados como para poder contarlos.

Rafe prepara el arco y Diana y Jarod se ponen en cuclillas. Yvan me agarra del

brazo, estoy en alerta total y tengo el corazón acelerado. Recuerdo los horribles

dientes de los dragones, sus ojos desalmados…

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