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La bruja negra

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—Y es cierto, Maga Gardner. Pero también es cierto que ambas son ícaras. Me

quedo pálida.

—No. Eso es imposible —susurro con la sensación de que la habitación no deja

de girar a mi alrededor—. ¡No pueden ser mis compañeras de piso! ¡Quieren

matarme!

—Tranquila, niña —me reprende como si yo estuviera exagerando—. Te estás

poniendo histérica. La señorita Wynter no le haría daño ni a una mosca. No puede ser

más buena. Aunque la señorita Ariel… bueno, ella puede causar una primera

impresión un poco aterradora.

—¿Un poco? —grito—. ¡Estuvo arañando esta puerta toda la noche mientras me

decía que me iba a matar!

—Estoy segura de que no hablaba en serio, Maga Gardner —me tranquiliza.

No me lo puedo creer. ¿Cómo puede mostrar tanta indiferencia por los demonios

ícaros?

—¿Dónde están? —pregunto mirando detrás de ella hacia el vestíbulo.

—Se han ido, Maga. A clase, supongo.

—¿Estudian aquí? —gimoteo sin acabar de creer que esto esté ocurriendo.

Pero entonces recuerdo que la tía Vyvian me habló de dos demonios ícaros. Que

estaban aquí, en la universidad.

Mis compañeras de piso.

Cuando por fin lo entiendo la cabeza empieza a darme vueltas.

La mujer urisca se levanta del suelo y me tiende la mano.

La ignoro y me levanto yo sola, no confío en ella. No confío en nadie.

La mujer baja la mano, me lanza una mirada indescifrable, coge una fregona y se

marcha hacia el vestíbulo.

Me acerco a la puerta del armario con recelo, esperando en parte que las ícaras

estén agachadas junto a las puertas del armario, pero cuando veo que la mujer urisca

deja la fregona y el cubo en el suelo y se pone a canturrear, asomo la cabeza.

El vestíbulo está vacío, estamos las dos solas.

La luz del sol se cuela por una ventana que hay en mitad de la escalera de caracol.

Desde aquí veo algunas esponjosas nubes blancas que avanzan por el cristalino cielo

azul. Me atrevo a salir del armario con las piernas temblorosas y miro a mi alrededor

muy nerviosa y atenta a cualquier sonido. Después me giro para cerrar la puerta del

armario; estoy muy confusa.

Los arañazos que noté, las rascadas que oí, todo fue real.

La puerta está completamente cubierta de arañazos que alguien ha hecho con

alguna herramienta afilada. La ícara escribió las palabras ODIO y MATAR una y otra

vez, y un repertorio de obscenidades que cubren toda la puerta. Me vuelvo hacia la

mujer urisca.

Ha dejado de canturrear y me observa con tranquilidad apoyada en la fregona.

—¿Ha visto esto? —le pregunto con tono estridente.

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