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La bruja negra

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Sonríe con alegría, pero en sus ojos hierve una rabia demencial que me provoca

un escalofrío en la espalda.

Estoy empezando a preguntarme si la falta de sueño me está nublando el juicio.

Una gardneriana de nivel uno provocando a una de nivel cinco. Con dos hermanos de

nivel cinco.

«Muy hábil, Elloren».

Fallon me da la espalda y se vuelve de nuevo hacia los jóvenes que se disputan su

atención. Empiezan a entrar estudiantes en el aula seguidos de un profesor

gardneriano con la barba muy larga, y yo aprovecho el momento para escapar.

Corro escaleras abajo y me interno en los oscuros pasillos del edificio.

Con las prisas, giro por donde no debía y acabo perdiéndome, me desoriento en

una parte desierta del edificio donde hay numerosos cuadros del cielo nocturno

colgados en las paredes oscuras iluminados por las antorchas. Oigo voces delante y

avanzo.

El suelo se vuelve resbaladizo y pierdo el equilibro. Caigo de bruces contra una

pared de piedra y mis libros y mis documentos salen disparados por todas partes, la

caja llena de frascos de medicinas aterriza en el suelo y se convierte en un amasijo de

cristales del que emana un olor punzante. Planto las manos en el suelo y me doy

cuenta, sorprendida, de que estoy sobre una placa de hielo.

Levanto la cabeza y me doy la vuelta. Fallon está apoyada en la pared y me

observa con una sonrisa de satisfacción en los labios mientras hace girar su varita

negra con destreza.

—¿Eso es todo? —le digo como una tonta—. ¿Estos son tus grandes poderes de

nivel cinco? ¿Tinta congelada y las mil formas de hacer tropezar a la gente?

Alza la varita y murmura algo ininteligible mirándome como un halcón

concentrado en su presa. Aparece algo translúcido que flota sobre su cabeza y a

ambos lados de ella.

Cuatro lanzas de hielo se dirigen hacia mi cara y me rozan el pelo cuando se

clavan en la pared de piedra que tengo detrás con un crujido escalofriante.

Me aparto de los carámbanos aterrorizada y me arranco algunos pelos al

moverme.

Fallon hace girar la varita mientras sonríe.

—No tenemos por qué ser enemigas, Elloren.

—¿No? —espeto.

—Claro que no —canturrea.

Su odioso y creído tono me enfada todavía más.

—¿Sabes, Fallon? Si lo que quieres es que seamos amigas, lo estás haciendo todo

al revés. —La fulmino con la mirada—. En mi pueblo, la gente no suele lanzar dagas

de hielo a las personas de las que quiere ser amigo.

Sonríe con desdén.

—Es muy fácil. Tú aléjate de Lukas y yo me alejaré de ti. ¿Queda claro?

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