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La bruja negra

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Voy mirando todos los edificios tratando de ubicarme en este mar de gente, pero no

me suena nada.

—¿Estás bien?

Me vuelvo y me encuentro con un soldado elfhollen de orejas puntiagudas que me

está mirando con unos brillantes ojos plateados.

—No —le confieso.

—¿Puedo ayudarte?

Miro a mi alrededor confundida.

—Necesito encontrar a la directora de la residencia.

—Está justo al otro lado de la calle. —Señala un edificio achaparrado adornado

con banderas de Gardneria—. Es allí.

Me siento muy aliviada mientras esquivo a los transeúntes y jinetes para llegar al

despacho de Maga Sylvia Abernathy, la mujer que se ocupa del alojamiento de los

estudiantes.

Ella también es gardneriana. Comprenderá la gravedad de la situación y estoy

segura de que me ayudará.

Poco después me encuentro en un sofocante despacho y estoy sentada delante de

Maga Abernathy, una mujer esquelética ante un escritorio enorme con nuestra

bandera como telón de fondo. Ocurre lo mismo que con la mujer de la limpieza

urisca, no le sorprende nada escuchar mi historia ni verme allí, y me observa con los

ojos fríos y en calma.

—Me ayudará, ¿verdad? —suplico abrumada por su falta de reacción.

Por un momento deja el bolígrafo suspendido sobre la montaña de papeles que

tiene delante.

—Pero eso es cosa tuya, Maga Gardner —dice poniéndose a escribir de nuevo.

—No lo entiendo.

Me esfuerzo por no perder la compostura.

—Bueno, Maga Gardner —contesta distraídamente—, tu tía y yo hemos hablado

sobre el tema de tu alojamiento. Me mandó un halcón mensajero con instrucciones

ayer por la mañana. Claro que existe la posibilidad de trasladarte a una habitación con

compañeras más amigables.

¿Compañeras más amigables?

¿Por qué no está enfadada? ¡Me han puesto en una habitación con dos ícaras! ¡Y

han intentado matarme!

Me obligo a respirar hondo. Necesito mantener la calma por muy loco que esté

aquí todo el mundo.

—¿Cuándo puedo trasladarme? —pregunto intentando conservar el tono de voz

relajado.

La mujer deja de escribir, suelta el bolígrafo, entrelaza las manos y me mira a los

ojos.

—En cuanto estés comprometida, Maga Gardner.

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