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La bruja negra

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El dragón rojo impacta contra nuestro escudo haciendo un ruido ensordecedor y

la cúpula se parte. El hielo nos cae encima en forma de gélida lluvia de fragmentos

tintineantes mientras la bestia se desploma a nuestro lado panza arriba y con los ojos

en blanco.

Tiro de mi pie con fuerza y mareada del miedo. El cordón está encallado y la bota

completamente clavada en el suelo. El calor del dragón me recorre y funde el hielo de

mis dedos, pero no basta para que pueda soltarme.

Fallon se agarra el pecho y se incorpora sobre un brazo, susurra un hechizo con

los dientes apretados, señala al dragón con la varita temblorosa, justo cuando la

criatura empieza a rugir y a levantarse. De la punta de la varita de Fallon sale una

ráfaga de hielo que impacta contra el dragón.

El animal se congela y se tambalea con la lanza de hielo de Fallon clavada entre

los ojos. La bestia se desploma.

Es imposible no sentirse impresionada: acaba de matar un dragón teniendo un

cuchillo gigante clavado en un costado.

Me agacho cuando una brillante esfera roja envuelta en llamas pasa volando por

encima de mi cabeza y termina explotando detrás de mí, lo que provoca un círculo de

llamas rojas que por un momento tiñe el mundo de carmesí.

Fallon aúlla con fuerza mientras envía una serie de lanzas de fuego que impactan

contra el asesino sin conseguir hacerle nada.

—Tienen escudos —dice más para sí que para informarme y mira al asesino

mientras su escolta le ataca sin piedad con ayuda de dos espadas. Uno de los asesinos

pelea contra los dos escoltas a la vez.

Fallon grita, rueda sobre sí misma hasta tumbarse boca arriba y crea un techo de

hielo sobre los hombres. Agita la varita muchas veces y del techo de hielo salen

jabalinas heladas que se clavan en el cráneo del asesino.

El hombre cae al suelo.

Fallon, que todavía tiene la ropa llena de brillantes runas blancas, dirige sus

feroces ojos sobre mí y se desmaya.

Justo en ese momento consigo liberar mi bota del hielo, se me ha torcido el

tobillo y me palpita con fuerza.

Hago una mueca dolorida y me acerco a Fallon de rodillas. La punta del cuchillo

le sobresale del costado sin piedad.

No es que le tenga mucho aprecio a Fallon Bane, pero nunca deseé que le pasara

algo así.

Me tambaleo hasta ella y la cojo del brazo con la mano temblorosa.

—Fallon, ¿me oyes?

«Oh, Gran Ancestro, no puede estar muerta».

—Apártate —me ordena uno de sus escoltas con furia.

Me levanto con las piernas temblorosas y me tambaleo hacia atrás mientras él se

deja caer de rodillas delante de Fallon; enseguida aparecen también los otros dos

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