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La bruja negra

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—Ve a vestirte —me apremia Rafe estrechándome el brazo con afecto—. Estás

pálida. Tienes que comer algo.

La sombría estancia gris resulta sobrecogedora a la luz del día. Esta muy sucia y

huele mal, como los ícaros de Valgard: es un hedor agrio y podrido. Y las ícaras están

despiertas.

Ahora Ariel está en cuclillas en una esquina, quieta como una gárgola, y me

observa con cautela con sus ojos rasgados. Wynter está sentada en el alféizar de la

enorme ventana circular y tiene las delgadas alas negras plegadas alrededor del

cuerpo; solo asoma su cabeza, como si fuera una tortuga enorme.

Parecen agitadas y hundidas.

Han estado viviendo casi como animales. La chimenea está hecha un desastre y

hay ceniza por todas partes. La habitación está llena de prendas desgarradas de ropa

negra, libros y toda clase de pertenencias andrajosas. El suelo está salpicado de

excrementos de pájaro, y miro hacia arriba para comprobar si en el techo o por las

vigas hay algún rastro de vida aviar, pero no consigo ver nada.

La cama que me he quedado está pegada a la pared izquierda, al lado de la

entrada a un pequeño aseo y retrete. Las camas de Ariel y Wynter están puestas de

cualquier manera contra la pared contraria, flanqueando la chimenea. Los muebles

son una variopinta mezcla de piezas viejas y destrozadas. No hay alfombra en el

suelo y tampoco tapices en las paredes que nos protejan del fresco invasor del otoño.

Por la noche he tenido que taparme con mi capa de invierno y con la colcha de mi

madre para dormir medianamente caliente.

Es casi como vivir en una cueva de la montaña.

Supongo que este viejo puesto para arqueros era un lugar perfecto para mantener

alejados a los ícaros del resto de estudiantes, en especial de los gardnerianos, para

quienes establecer contacto con uno de esos seres alados es un símbolo de

contaminación espiritual.

Por lo visto a mi tía le da igual lo mucho que pueda contaminarse mi alma

mientras transija y me comprometa con Lukas Grey.

Busco entre las pertenencias que metí en mi arcón de viaje y saco uno de los

elegantes conjuntos gardnerianos que me compró mi tía: una brillante túnica ónice y

una falda larga. El resentimiento que siento hacia Vyvian no eclipsa el hecho de que,

en un día, me he visto obligada a aprender a qué personas debo ser fiel. Tengo que ser

fuerte y parecerlo. He vivido en primera persona cómo son realmente los uriscos, los

ícaros y los celtas. Me consideran una enemiga, y yo necesito tener aliados en contra

de ellos: aliados gardnerianos. Y tengo que parecer poderosamente gardneriana.

Las palabras de Lukas me resuenan en la cabeza: «Dominar o ser dominada».

Me aseo rápidamente, me visto, me cepillo el pelo y me maquillo. Me miro en el

espejo del pequeño lavabo, lleno de arañazos. A pesar de los moretones que tengo en

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