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La bruja negra

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—Es hijo del comandante mayor de la Guardia de Magos —me explica mientras

avanzamos junto a una vista espectacular del mar Vóltico, que veo a nuestra derecha

mientras el sol de última hora de la tarde ilumina las olas—. Y se ha graduado con

honores en la Universidad.

—¿Qué ha estudiado? —pregunto con curiosidad.

—Historia militar e idiomas —alardea.

Por la forma en que se le iluminan los ojos me doy cuenta de que es el chico con

el que le gustaría comprometerme. Yo le sigo la corriente dudando de que ese joven

tan cotizado se digne siquiera mirar a una joven tímida de Halfix. Pero me divierte

escuchar sus descripciones entusiastas de todas formas.

—Solo hace tres años que terminó de estudiar y ya es primer teniente —comenta

con entusiasmo—. Se rumorea que en solo un año, Lukas Grey podría ser el

comandante más joven de la historia de la Guardia.

Sigue hablando durante un buen rato sobre Lukas y otros jóvenes. Mientras ella

habla yo miro por la ventana y contemplo el paisaje. Los edificios de los pueblos que

vamos dejando atrás son cada vez más altos, más elegantes y están más pegados los

unos a los otros, y se ven candiles encendidos para recibir el crepúsculo. Ahora

vamos más despacio porque hay más carruajes en el camino y más personas a

caballo. Llegamos a lo alto de una colina, cruzamos un bosque y entonces, de pronto,

aparece ante nosotras: una pendiente que conduce directamente a Valgard, la capital

de Gardneria.

Como si del broche de una capa elegante se tratara, la brillante Valgard rodea la

bahía de Malthorin. Una hermosa puesta de sol ilumina el océano que se extiende

ante nosotras y lo baña todo con los colores vivos de un buen fuego. Se ven algunos

barcos repartidos por el agua. Los muelles de Valgard parecen una larga espina de

pescado curvada.

La imagen de la ciudad me deja sin respiración, las luces brillan en la oscuridad

incipiente, pequeños puntos de luz brotan de todas partes, como si fueran luciérnagas

despertando. Nuestro carruaje se desliza por el valle y poco después ya estamos en el

corazón de la capital.

Abro la ventana para ver mejor.

Me rodean varios edificios construidos con la lujosa y oscura madera de guayaco,

y sus pisos, que cuanto más altos son más anchos se construyen, se apoyan sobre

columnas de ébano adornadas con preciosas tallas. Por los tejados y los costados de

los edificios se descuelgan frondosas espalderas color esmeralda de vides floreadas.

Cierro los ojos y respiro hondo para percibir el olor de la lujosa madera de

guayaco. Para nosotros es una tradición construir las casas con esta madera. Los

diseños recuerdan a los bosques y los árboles, es un símbolo que nos recuerda que el

Gran Ancestro creó nuestro pueblo a partir de las semillas de un guayaco y nos

concedió el dominio de todos los árboles y los bosques.

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