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La bruja negra

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—¿Y eso qué importa? —contesta Diana despectiva—. Mis padres supieron que

estaban predestinados a estar juntos la primera vez que se olieron. Se aparearon ese

mismo día.

—¿Sí?

Me asombra su franqueza.

Diana asiente con seguridad.

—Hace veinticinco años.

Me quedo de piedra.

—Eso es mucho tiempo —concedo avergonzada.

—Mmm —consiente—. Bueno, Elloren Gardner —dice—, espero que te quedes

con Lukas Grey. Fallon Bane es tonta, y aunque seas gardneriana pareces simpática.

Aislinn también. Sois más agradables que las demás.

Trago saliva incómoda pensando en la gallina muerta de Ariel. Por mi culpa.

No, Diana se equivoca. No soy simpática. Y aunque quisiera estar con Lukas

Grey, aceptarlo sería como jugar con dragones.

ϒ

La noche siguiente, mientras vuelvo a mi dormitorio después de trabajar en la cocina,

pienso en las precarias condiciones de alojamiento de Diana. En el cielo brilla la luna

llena y el aire es fresco y claro. Me abrocho la capa para no pasar frío y paseo por un

pequeño campo lateral que bordea el bosque. El campo está junto a una serie de casas

donde se alojan hombres, y puedo oír sus voces a lo lejos. Se ven pequeños grupos de

figuras oscuras en una puerta entreabierta, hablando y riendo, la mayor parte de las

ventanas de las casitas con el techo de paja están iluminadas por el brillo dorado de

los candiles. Observo a los hombres con la esperanza de ver a alguno de mis

hermanos.

Entonces percibo un crujido en el bosque y cuando me vuelvo veo a Diana, que

sale de entre los árboles.

Completamente desnuda.

Cuando me ve esboza una gran sonrisa de oreja a oreja. Se acerca a mí ignorando

a los hombres gardnerianos que se paran a mirarla.

La luz de la luna brilla en la piel desnuda de Diana confiriéndole un brillo blanco

azulado. Tiene un cuerpo esbelto y delgado, muy musculoso, pero con las curvas

suficientes como para interesar a cualquier varón. No demuestra ninguna vergüenza

mientras se acerca.

—Hola, Elloren —dice con despreocupación.

Yo siento una gran vergüenza ajena y la miro con la boca abierta.

—¿Por qué… por qué vas desnuda? —tartamudeo.

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