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La bruja negra

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—Gracias, Maga Gardner. Pero sería irrespetuoso. —Ladea la cabeza con

elegancia y hace una pequeña reverencia—. Por favor, concédame el honor de

dirigirme a usted utilizando el título que le corresponde.

Se me hace raro estar con una mujer urisca que habla la misma lengua que yo. Y

más raro todavía que me traten con tanta deferencia, en especial por parte de alguien

que debe de ser mayor que la tía Vyvian. De pronto me siento incómoda.

—Claro —concedo, y la mujer parece más aliviada.

—Si necesita cualquier cosa, Maga Gardner —me dice con alegría—, solo tiene

que hacer sonar la campana. —Señala en dirección a la cuerda con una borla dorada

que cuelga junto a la puerta—. Enseguida vengo a buscarla para ir a cenar.

—Gracias —contesto asintiendo.

Se marcha en silencio y yo respiro hondo abrumada por el entorno.

Dejo a la gatita en una cesta junto a su compañera y abro la puerta lateral de la

galería.

En cuanto salgo al balcón la brisa salada del océano me besa el rostro. El balcón

de piedra sigue el perímetro de la galería; el rítmico vaivén de las olas impacta contra

las rocas oscuras que hay a mis pies. Me asomo al balcón y miro hacia abajo, dos

pisos más allá hay un balcón más amplio donde los sirvientes se afanan en servir la

cena.

Me doy cuenta de que es nuestra cena. No tengo que cocinar. Ni limpiar.

Respiro hondo y disfruto del refrescante aire salado.

«Podría acostumbrarme a esto».

Vuelvo a mi habitación y paso un dedo por los lomos de los libros que hay en la

pequeña biblioteca empotrada en la pared: todos los volúmenes son de farmacia.

Siento una punzada de sorprendida gratitud.

Ha creado una biblioteca temática solo para mí.

Recuerdo el halcón mensajero que la tía Vyvian mandó enviar a uno de sus

guardias para que avisara de nuestra llegada pero, aun así, me sorprende la gran

cantidad de detalles personales que han organizado en dos días.

Cojo un libro de la estantería y levanto la tapa, la piel es nueva y ofrece un poco

de resistencia. Los dibujos de las plantas están hechos a mano y parecen tan reales

que casi puedo percibir su olor.

Me pregunto si mi tía me dejará llevarme algunos de estos libros a la universidad,

estoy segura de que me vendrían muy bien. Hay un tocador junto a la cama, con un

espejo rodeado de rosas de cristal. Encima de la mesa hay un juego de cepillo y peine

dorados junto a un montón de botellitas de perfume nuevas: los pulverizadores se

accionan presionando preciosas borlas de seda carmesí.

Hay muchísimas cosas bonitas. Cosas que jamás he tenido en una casa llena de

chicos desastrosos.

Cojo uno de los frascos, presiono la borla y respiro.

Mmmm. Huele a vainilla y rosas.

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