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La bruja negra

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Asiente.

—Son salvajes, Elloren. Como animales. Y los varones son inmorales y

peligrosos. No sé qué hacer.

Respiro hondo mientras lo pienso.

—Bueno, yo no tengo elección. Mi horario no me permite hacer cambios. Y

menos teniendo que trabajar en la cocina. Debo asistir a esta clase haya lupinos o no.

Miro hacia la entrada del laboratorio convencida de que los lupinos no pueden ser

tan malos como mis compañeras de piso ícaras.

Los estudiantes que quedan van entrando en clase. Me vuelvo hacia Aislinn.

—Creo que deberíamos entrar y sentarnos al fondo. Dudo que los lupinos nos

vean siquiera.

Aislinn mira a los gemelos de reojo mientras se lo piensa.

—Mi padre estará fuera algunos meses —explica mirando a los cambiaformas

como si estuviera calculando los riesgos—. Para cuando vuelva ya habré terminado

esta asignatura. —Se vuelve hacia mí con temblorosa resolución y se limpia las

lágrimas de los ojos—. De acuerdo, Elloren. Entremos.

Entramos en el aula con la mayor discreción posible, pasamos junto a la profesora

Volya y los lupinos y avanzamos hacia el fondo del aula. Enseguida se nos acerca un

joven aprendiz elfhollen con el blasón del Gremio de Químicos colgado del cuello.

—¿Nombres? —pregunta con fría confianza y la pluma suspendida sobre una

lista de nombres.

Le decimos quiénes somos en voz baja. Toma nota y sigue adelante, por suerte ha

decidido ignorar mi pedigrí.

Sobre las largas mesas que tenemos a la espalda hay una serie de destilaciones, el

sonido del continuo burbujeo es relajante, y me siento fascinada por el equipo que

veo en el aula. Del producto final, un líquido aceitoso de color amarillo, emana un

olor un tanto sulfuroso. En la pared opuesta veo una serie de ventanas abovedadas

parcialmente cubiertas por varias hileras de estantes. Están llenos de frasquitos y

recipientes que contienen sustancias en diferentes estados. El aula está llena de mesas

de laboratorio, cubiertas por un caleidoscopio de objetos de cristal y quemadores, y el

olor metálico del pedernal flota en un aire cargado de olores a sustancias químicas.

La mayoría de los estudiantes aguardan apoyados en las paredes en silencio con

los ojos clavados en los exóticos lupinos. El ayudante elfhollen se pasea por el aula y

va asignando los asientos a los estudiantes, dos por mesa.

—Esto es totalmente inaceptable —le está diciendo la chica lupina a la profesora

Volya con un tono de altiva arrogancia—. ¿Por qué no me puede emparejar con mi

hermano?

La profesora Volya le está lanzando puñales con sus ojos negros como el carbón,

y estoy segura de que esa mirada haría recular a más de uno. Es muy intimidante, les

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