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La bruja negra

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Tierney se queda envarada agarrada al lavamanos, ignorando los mechones de

pelo que se le cuelan dentro y la toalla que le estoy ofreciendo.

—Cerrará la frontera —dice con un hilo de voz áspero—. Conseguirá que el

compromiso sea obligatorio.

—Ya lo sé —digo aturdida.

—Tendremos como mucho un año para encontrar pareja. Y si no la encontramos

nos asignarán una.

—Lo sé.

—Y antes de comprometernos —continúa sin despegar los ojos del lavamanos—,

comprobará nuestra pureza racial. —Se vuelve hacia mí con desesperación en los

ojos—. Nos hará la prueba del hierro.

—Tierney —le digo con terquedad. «Ya basta de rodeos»—. Quiero ayudarte.

Eres una fae de pura sangre, ¿verdad?

Ella me mira fijamente. Cuando por fin habla, tiene la voz apelmazada.

—No puedo. No puedo hablar de ello.

—¿Ni siquiera ahora? —susurro con urgencia—. ¿Cuándo tus mayores temores

se han hecho realidad? ¡Déjame ayudarte!

—¡No puedes ayudarme!

Se endereza muy afligida y se marcha.

—¡Tierney, espera! —la llamo, pero ella ignora mis súplicas y sale del baño.

La sigo, pero es evidente que no quiere que lo haga. Cruza a toda prisa el pasillo

abarrotado y enseguida le pierdo la pista entre los felices gardnerianos con sus

brazaletes blancos.

Me voy a clase de química ansiosa por encontrar a Aislinn.

No tengo que buscarla mucho. Está apoyada en una pared mirando hacia todas

partes muy afligida. En cuanto me ve viene hacia mí por el pasillo del laboratorio de

química esquivando grupos de estudiantes gardnerianos que celebran la noticia y

cruzándose con celtas y elfhollen apagados y con aspecto de estar preocupados. Hay

un grupo de elfos alfsigr a un lado, lo observan todo con su habitual indiferencia que,

en este momento, me resulta exasperante.

—Están reuniendo las tropas —anuncia Aislinn cuando llega donde estoy y me

coge del brazo—. La Guardia Gardneriana. En la frontera con Celtania y los bosques

de los lupinos. Vogel lo ordenó esta mañana. Han reclutado a Randall, y a todos los

cadetes. El Gran Mago ha exigido a los celtas y a los lupinos que nos cedan gran

parte de sus tierras. La Asamblea Celta acaba de enviar a su Juez Supremo a Valgard

para intentar evitar la guerra.

La cabeza me da vueltas.

—Pero… los lupinos… Vogel puede amenazarlos todo lo que quiera. Son

inmunes a nuestra magia.

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