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La bruja negra

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Las sombras se pasean por su rostro y enfatizan sus rasgos angulosos. Siento un

temblor que me hace más consciente de que estoy sola con él en un espacio apartado.

Ignoro la atracción que siento por él y le miro a los ojos.

—Quiero ayudarte a liberar al dragón —le digo con decisión—. Quizá llegue un

momento en que necesitemos poder volar.

Yvan se queda estupefacto, pero se recompone enseguida.

—Elloren, no podemos liberar a mi dragón.

—Quizá no puedas hacerlo tú solo, pero contamos con un grupo numeroso…

Suelta una risa desdeñosa.

—De chavales inexpertos e ingenuos.

—De personas con una gran variedad de poderes y habilidades.

—Hay una gran diferencia entre robarle una selkie al conserje de la universidad y

quitarles un dragón a los militares gardnerianos.

Me siento frustrada.

—¿Qué hay de malo en que dejemos que todos valoren la situación?

—¿Aparte de que nos detengan y nos ejecuten? Ahora mismo no se me ocurre

ninguna.

Insisto impertérrita.

—Si pudiéramos salvar a ese dragón, quizá las ícaras puedan marcharse al este. Y

los demás también.

Se queda allí plantado un momento, parece sorprendido.

—No te entiendo —dice, ahora mirándome con aspereza—. ¿Por qué estás

pensando en esas cosas? Tú eres gardneriana. Y no eres una cualquiera… eres la nieta

de Carnissa Gardner. Tu abuela… —Guarda silencio un momento, como si estuviera

enfadado pero se estuviera esforzando en buscar las palabras adecuadas al mismo

tiempo—. Era un monstruo.

Me enderezo al escuchar esa palabra. ¿Por qué mi abuela tiene que ser distinta a

cualquier líder militar de otras razas?

—Se equivocó en muchas cosas —contesto—, pero también fue una gran maga…

—Que mató a miles y miles de personas.

Aprieta los dientes y me clava sus ojos verdes.

—Tu pueblo fue igual de monstruoso con los gardnerianos cuando tuvo el poder

—le recuerdo con tono desafiante.

Me fulmina con la mirada como si se estuviera esforzando para encontrar la

emoción correcta.

—¡Tu abuela tuvo la culpa de que muriera mi padre! —espeta con una furia

inesperada.

Oh, Gran Ancestro. Me quedo petrificada. Pero solo un segundo. El dolor que

siento se transforma en rabia.

—¡Tu pueblo mató a mis padres! —le contesto con la voz rota.

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