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La bruja negra

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Y pensar que la tía Vyvian creía que trabajar aquí sería horrible. A mí me gusta

esta clase de trabajo: pelar patatas y lavar platos en buena compañía.

Y entonces lo veo.

Yvan Guriel.

El celta furioso. El que me odió a primera vista.

Pero ahora no parece enfadado. Está sentado en una esquina delante de una mesa.

Junto a él hay otras cuatro mujeres sentadas —tres de ellas son uriscas, y también hay

una chica celta muy seria— y todas parecen de la misma edad que yo.

Tienen un montón de libros y mapas abiertos delante, e Yvan está hablando y

señalando algo que hay en una de las páginas, casi como si estuviera dando una

conferencia. De vez en cuando deja de hablar y las chicas uriscas anotan algo en el

pergamino que tienen delante. Dos de ellas asienten cuando él habla y le escuchan

muy concentradas.

Esas chicas tienen la piel rosácea, como la mayoría de las jóvenes uriscas que hay

en la cocina, y su atuendo es muy sencillo: delantales sobre la ropa de trabajo y el

pelo trenzado. Pero la tercera chica urisca es distinta. Me recuerda a las amazakaran,

lleva el pelo recogido con varias trenzas salpicadas de cuentas, su postura es

desafiante y tiene unos ojos color esmeralda tan intensos como los de Yvan. Y el pelo

y la piel de un tono de verde tan intenso como el de los ojos.

La pequeña urisca se acerca corriendo a la mesa con el bote de burbujas, busca a

Yvan y le abraza tirándole casi todo el contenido de la botella sobre la camisa de lana

marrón.

Me pregunto cómo reaccionará dado lo intenso y rabioso que parece.

Pero me sorprende. Alarga el brazo y toca a la niña con cuidado, y ella le sonríe.

Él le devuelve la sonrisa.

Me quedo sin aliento.

Su amplia y amable sonrisa lo transforma en una persona completamente distinta

a la que he visto antes. Es deslumbrante, tiene una imagen más juvenil que Lukas,

pero es muy atractivo. La luz parpadeante que proyecta el candil de la cocina acentúa

sus rasgos angulosos y sus brillantes ojos verdes, que antes eran tan odiosos y ahora

son tan amables y rebosan inteligencia y bondad. Al verlo así siento una repentina

oleada de calidez en el pecho.

Le dice algo a la niña urisca y le estrecha el brazo con afecto. Esta asiente sin

dejar de sonreír y se marcha con sus burbujas.

Por un momento soy incapaz de dejar de mirarle y me preguntó qué se debe de

sentir recibiendo una de esas sonrisas.

Todo es maravilloso: amistad, cocina, niños.

Y lo mejor de todo es que hay un enorme gato negro paseándose por allí.

Me recuerda a mi casa. Y sé que cuando Yvan llegue a conocerme se dará cuenta

de que no soy una mala persona.

Todo saldrá bien.

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