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La bruja negra

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—Tengo que hablar con Aislinn en privado —anuncia Jarod advirtiendo la mirada

dolida de su hermana—. Hablaré contigo luego, Diana.

La lupina no parece inmutarse con sus palabras, aunque mira a su hermano

gemelo casi como si ya no le conociera.

Jarod se lleva a Aislinn y enseguida se los traga el bosque.

—Diana —dice Rafe con delicadeza.

Diana se da media vuelta para mirar a mi hermano.

—¿Tú lo sabías?

—Me lo imaginaba. Era bastante evidente.

—¿Y por qué no me lo has dicho?

—Bueno, para empezar, no es asunto mío —explica Rafe abrazándola—. Y

además, tú eres la de los sentidos superiores, y no yo.

—Me parece que ha estado distraída con otras cosas —comenta Trystan con

ironía.

Diana sigue pareciendo un poco dolida, pero el abrazo de Rafe parece

tranquilizarla y se apoya en él como para absorber parte de su ecuanimidad.

—Esa chica, Aislinn —dice Andras volviéndose hacia mí con un tono grave y

resonante—. ¿Su padre es miembro del Consejo de Magos?

—Sí —contesto.

—Esto terminará mal —predice Andras negando con la cabeza—. No puedes

romper los vínculos de tu cultura. Son como esa punta de flecha.

Miro el metal élfico que sigue de una pieza e intacto en el suelo chamuscado.

Cuando vuelvo a levantar la cabeza, me encuentro con la mirada feroz de Yvan,

que arde con tanto desafío que enciende el mío.

Esa noche tengo un sueño.

Estoy en el granero de Yvan, bajo la suave luz de un candil. En lugar de haber

algunas páginas de El Libro repartidas por el suelo del granero hay miles de ellas.

Una figura emerge de las sombras. Es Yvan. Su contorno resplandece, es fluido y

algo borroso, pero enseguida adopta una forma sólida.

Se acerca a mí muy decidido con ardor en los ojos verdes. Las páginas se

arremolinan alrededor de sus pies, el papel es fino como las plumas. Sin vacilar un

segundo, Yvan me toma entre sus brazos y me besa con urgencia.

Yo jadeo sorprendida por la intensidad de su inesperado beso. Siento el calor de

su piel a través de la áspera lana de su camisa mientras me fundo en su apetito y

percibo el sabor de su ardor. Es como si me recorriera una oleada de miel caliente.

Deslizo la mano por los tersos músculos de su cuello y por su cabello. Siento su

cálido aliento mientras me besa el cuello, la cara, los labios, como si se muriera por

mí.

—Te quiero, Elloren —dice con la voz entrecortada.

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