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La bruja negra

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Suspiro.

—Añoro tenerte más por aquí. Eres una de las pocas personas con las que puedo

ser sincera.

Aislinn me mira con el ceño fruncido.

—Ya lo sé. A mí me pasa igual. Pero por lo menos tienes a Diana…

Siento una punzada de amargura al oír el nombre de Diana porque recuerdo algo

que pasó entre nosotras hace algunos días.

Yo estaba en el baño de la Torre Norte, desnuda después de haberme dado un

buen baño, y delante del espejo roto.

Los gardnerianos no suelen tener espejos en el baño. Se considera indecoroso

verse desnudo, está mal. Pero cuando vi el reflejo de mi cuerpo aquella noche, me

sorprendió apreciar la belleza de mi esbelta, pálida y brillante figura. Sentí el impulso

de imaginar que era Diana y me pregunté cómo me sentiría si estuviera tan cómoda

en mi piel como lo está ella, y levanté los brazos sin vergüenza, igual que parece

hacer siempre Diana, imitando sus gestos tan descarados.

Y justo cuando lo estaba haciendo, Diana entró en el baño. Bajé los brazos

avergonzada y me tapé el cuerpo con las manos al mismo tiempo que me agachaba.

Sentí una intensa punzada de vergüenza incluso a pesar de que Diana también estaba

desnuda. La fulminé con la mirada, la odié por no tener el decoro de llamar a la

puerta.

Diana se quedó allí plantada mientras asimilaba la situación.

—Ah, qué bien —dijo con tono aprobador—. Te estás admirando, como deberías

hacer. La juventud y la belleza son regalos de Maiya. Deberíamos disfrutarlos.

—¡Largo! —grité con ganas de sacarla yo misma del baño—. ¡Tienes que llamar

a la puerta! ¡Te lo he dicho un millón de veces! ¡Pareces sorda!

—Te aseguro que no soy sorda —contestó ofendida—. Mi oído es infinitamente

superior al… —¡Fuera!

—Pero…

—¡He dicho que te marches!

Diana dejó muy claro lo disgustada y ofendida que estaba antes de salir del baño

malhumorada. Algunos minutos después, cuando mis ganas de asesinar a la princesa

lupina habían empezado a disiparse, percibí que alguien llamaba con suavidad a la

puerta.

—¿Qué? —espeté. ¿Es que no se daba por vencida nunca?

—¿Podría, por favor, entrar a hablar contigo? —anunció con estirada formalidad.

—¡No! —grité todavía furiosa, y me puse una camisola y unas calzas.

Unos segundos después llamó otra vez.

—¿Y ahora? —preguntó, parecía realmente confusa.

Suspiré. Es muy fácil enfadarse con Diana, pero cuesta mucho seguir enfadada

mucho tiempo.

—Entra —transigí.

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