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La bruja negra

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Ícaros

Ala mañana siguiente hacemos el trayecto hasta la iglesia sumidas en un

incómodo silencio en el carruaje de mi tía Vyvian y rodeadas de su guardia

personal. En el cielo de Valgard flotan un montón de nubes oscuras que

amenazan tormenta. Las miro con la mejilla pegada al frío cristal de la ventana del

carruaje deseando estar con mis hermanos y con Gareth.

La tía Vyvian me está observando con frialdad, quizá pensando en la mejor

manera de doblegar mi voluntad. Llevo quince días con ella y no ha dejado de

intentar convencerme para que me comprometa ni un solo momento, y esa presión,

sumada a la proposición de ayer, se ha convertido en algo muy opresivo. Quiere que

me quede con ella hasta el último minuto, desesperada por conseguir que ceda y me

comprometa con Lukas Grey antes de ir a la universidad.

Queremos llegar a la gran catedral de Valgard un poco antes de la primera misa de

la mañana para que la tía Vyvian pueda hablar sobre algún asunto de estado con el

sacerdote Vogel. Después ha insistido en que asista a la misa con ella, donde,

sospecho, nos encontraremos, convenientemente, con Lukas y su familia. Me sonrojo

al pensar en volver a verle.

Después de la misa tendré que hacer el viaje en carruaje hasta la universidad yo

sola. Ya hace rato que Rafe, Trystan y Gareth se marcharon, pues salieron juntos a

caballo esta mañana.

Me encantaría estar con ellos. No quiero seguir llevando esta ropa elegante y

restrictiva que me obliga a viajar en carruaje. Y tengo muchas ganas de librarme del

control de la tía Vyvian. Quiero montar a caballo con mis hermanos y Gareth, desde

Verpacia hasta la bulliciosa universidad.

«Pronto —me recuerdo—. Pronto te marcharás».

El oscuro bosque de edificios que tenemos delante da paso a una enorme plaza

circular en cuyo centro se alza una altísima estatua de mármol de mi abuela. Me

concentro enseguida en ella preguntándome si seré capaz de distinguir mis rasgos en

ese rostro de mármol, pero está demasiado lejos.

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