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La bruja negra

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—Dígale —empiezo a decir con un tono frío—, que estoy bien, y que le diga a mi

tío que no se preocupe, que enviarme a la universidad ha sido lo mejor que ha hecho

en la vida.

La mujer se me queda mirando un momento y después vuelve a concentrarse en

su libro de hospedajes y sigue escribiendo.

No tengo ni idea de adónde debo ir a continuación, así que empiezo a recorrer las

calles del campus universitario sin rumbo fijo; no me importa mi aspecto desaseado

ni las miradas sorprendidas que me lanzan los estudiantes y los profesores con los

que me voy cruzando y que siguen la corriente festiva de la muchedumbre que ha

venido a disfrutar del torneo.

Enseguida salgo del perímetro central, lejos de los edificios, y llego hasta una

serie de campos llenos de gente donde se celebran algunos torneos, y donde hay un

montón de banderas ondeando agitadas por la brisa fría. Un poco más lejos se está

disputando una competición de tiro con arco, y veo una hilera de arqueros elfos que

aguardan quietos como estatuas con las flechas preparadas en un campo rodeado de

espectadores. Disparan las flechas en perfecta sintonía en dirección a unos blancos

ovalados colgados en postes delgados. Los proyectiles impactan en los blancos con

sendos ruidos sordos.

—¡Cael Eirllyn! —grita el juez de la prueba, y un joven elfo se adelanta montado

en un corcel blanco para reclamar su premio.

Estoy desesperada por encontrar a mis hermanos y le doy la espalda a la prueba,

me interno entre la bulliciosa multitud y busco por todas partes algún rostro familiar.

Y entonces encuentro uno, aunque no es el que me habría gustado encontrar.

En el siguiente campo hay algunos cadetes gardnerianos enfrascados en una

competición de varita. Me llama la atención ver a una chica entre los competidores.

Es la única aprendiz, los otros ocho magos visten de negro y llevan las franjas

plateadas que los acreditan como nivel cinco en los brazos.

Fallon Bane.

Es la única chica del grupo. Todos tienen la varita en la mano y tratan de alcanzar

las dianas de madera que aguardan en el otro extremo del campo.

De la varita de uno de los magos sale una ráfaga de fuego y me sobresalto. Sale

disparada en dirección a la diana y estalla convertida en una pequeña bola de fuego.

Los espectadores —en su mayoría gardnerianos— se deshacen en vítores y

aplausos. Hay un grupo de celtas que contemplan la competición con los brazos

cruzados y miradas de agitación.

El resto de los magos varones se turnan para lanzar sus ráfagas de fuego con

resultados similares.

Fallon es la última en competir. Levanta el brazo y espera a que la gente guarde

silencio. Después agita el brazo hacia delante y crea una lanza de fuego que sale

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