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La bruja negra

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—¿Volverá? —le pregunta a Lisbeth aferrándose a su falda.

—Oh, cariño, no te molestará —le asegura su madre—. Mira cuántos soldados

gardnerianos hay aquí. Estás a salvo. Y cuando Marcus Vogel se convierta en el

próximo Gran Mago, los valientes soldados como el abuelo acabarán con ellos algún

día. Y así ya nadie tendrá que volver a preocuparse por ellos.

«Y podremos vivir felices y comer perdices», pienso con sarcasmo. Cada vez es

más difícil guardar silencio y, sin embargo, ninguna de las dos puede decir nada. Si lo

hacemos, las hermanas de Aislinn desconfiarán de nuestra relación con el lupino y,

sin duda, ese recelo llegará a oídos del padre de Aislinn.

—El lupino… no me ha molestado —se aventura a decir Aislinn con poca

convicción—. Él y su hermana no molestan a nadie.

—Igualmente —dice Lisbeth mientras inmoviliza con destreza al niño que está

corriendo en círculos alrededor de sus piernas—, me gustaría que te comprometieras

con Randall cuanto antes. Cuando los lupinos ven a una mujer que no está

comprometida piensan que es una presa fácil. Además, cuando estés comprometida y

casada podremos volver a estar todas juntas.

—Te echamos de menos, Linnie —se lamenta Auralie con tristeza en los ojos.

—Yo también a vosotras —admite Aislinn con añoranza en la voz.

Mi amiga está mirando a sus hermanas como uno miraría a un barco que se aleja

y lo deja atrás.

—Tía Linnie, me prometiste en tu carta que jugaríamos cuando nos viéramos —le

suplica su sobrina haciendo pucheros—. ¡He traído las canicas nuevas para

enseñártelas!

—Sí, enséñaselas, Erin —la anima Lisbeth—. Son de los cristaleros de Valgard.

De la tienda del padre de Tierney.

La pequeña Erin abre una bolsita de terciopelo negro con un cordelito rojo y todas

metemos la mano para sacar las canicas. Las sostenemos en la mano una tras otra

para disfrutar de los colores que proyecta la luz.

Aislinn mira una con mucha atención.

—Mira esta, Elloren —jadea—. Es preciosa. Me recuerda a algo… pero ahora no

caigo.

Me la da y la miramos juntas mientras ella se inclina para estudiar el globo

ambarino.

—Ah, ya sé —dice sonriendo al darse cuenta de repente—. Es igual que…

Entonces se frena, se pone roja como un pimiento y aparta la vista borrando la

sonrisa.

Yo vuelvo a mirar el remolino que gira dentro de la esfera que tengo en la mano.

Como ha dicho Aislinn, es preciosa.

Es del mismo color que los ojos de los lupinos.

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