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La bruja negra

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La profecía

Cuando mi tía nos da permiso, Paige se me lleva de allí enseguida. Entrelaza

el brazo con el mío y juntas cruzamos las puertas abiertas muy

ornamentadas que conducen al enorme salón de baile. La música de la

orquesta suena a nuestro alrededor y enseguida me dejo llevar por su magnificencia.

Estamos rodeadas de gardnerianos ricos, algunos bailando. Muchas de las

personas junto a las que pasamos jadean al verme, me sonríen con aprecio y se

acercan a halagar a mi «excelente familia». Hay varias sirvientas uriscas que pasean

ataviadas con túnicas blancas portando bandejas doradas con pequeñas exquisiteces

para comer. Otras sirven comida tras una mesa repleta de un surtido de propuestas

gastronómicas muy bien presentadas junto a jarrones rebosantes de rosas rojas, y todo

está muy bien iluminado por los candelabros de múltiples brazos que hay sobre la

mesa.

Paige me guía entre la multitud en dirección a la comida y se sobresalta cuando

ve que Fallon y sus amigos están entrando rodeados de la guardia militar de la chica.

Paige se apresura a coger dos platos, sirve un poco de fruta confitada en los dos y se

me lleva a una esquina sombría, donde las dos quedamos parcialmente escondidas

detrás de un helecho que crece en una maceta gigante.

—¿El que está al lado de Fallon es Sylus? —le pregunto a Paige cuando me da el

plato.

Esta se pone tensa mordiendo una grosella.

—Sí.

La miro con compasión y le doy un mordisco a una cereza confitada. Si Sylus

Bane se parece en algo a su hermana, la dulce Paige no tiene mucha suerte de estar

comprometida con él.

Miro a mi alrededor mientras Paige come fruta y acaba con los dedos pegajosos

del azúcar. Abro los ojos como platos al ver un par de caras conocidas.

—Son… son los padres de Sage Gaffney —le murmuro a Paige sorprendida.

Están en el amplio pasillo que hay en uno de los laterales del salón, y visten su

habitual atuendo taciturno de cuello alto tan conservador y sus expresiones son

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