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La bruja negra

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Ariel se ha quedado de piedra, su pálido rostro conmocionado. De pronto se

abalanza con violencia hacia la jaula y grita:

—¡Sácala! ¡Sácala de esa jaula!

Se desmorona en el suelo completamente desolada y agarrada a los barrotes de

acero.

Trystan se acerca para hablar con Ariel, se le ve muy tranquilo con la varita banca

en la mano.

—Eso es lo que vamos a intentar hacer —le dice con delicadeza—. Pero no

podremos hacerlo si llamas la atención de todos los soldados que haya a diez

kilómetros a la redonda.

Ariel se aferra a la jaula con la respiración entrecortada y su mirada de rabia se

convierte en una expresión de pura devastación.

Yvan ha metido el brazo entre los barrotes y le ha tocado la espalda al dragón.

—Sigue viva —anuncia con un hilo de voz extrañamente alterado.

La dragona abre un poco el ojo y mira directamente a Yvan con mucha tristeza.

Se me saltan las lágrimas.

Andras se acerca a Yvan y evalúa la situación.

—Tiene un ala rota —comenta sin apenas conseguir reprimir la rabia—. La pata

también, y ha perdido mucha sangre. Quizá la émpata pueda decirnos si hay

esperanza.

Mira a Wynter, que respira hondo antes de arrodillarse y alargar las manos hacia

la jaula.

La dragona mira a Wynter cuando le pone las manos sobre las brillantes escamas

de la piel y cierra los ojos con fuerza y una expresión dolida.

—Quiere que se sepa que se llama Naga. Y que quiere moverse, pero no puede.

Siente mucho dolor. —La voz de Wynter es un murmullo entrecortado, y le tiembla la

boca al hablar—. Está desesperada. Lo único que siempre ha querido… —Wynter se

desmorona un momento, las lágrimas le resbalan por las mejillas—. Lo único que

siempre ha querido es ser libre. Sentir el viento en las alas. Pero es imposible pelear

contra ellos. Le viene una imagen a la cabeza. Yvan. Su buen amigo. Su único amigo.

Quiere que él y los suyos se marchen antes de que los monstruos gardnerianos los

encuentren. Yvan piensa que puede liberarla, pero no puede. Por mucho que sea un…

Wynter jadea, su cara se ilumina al comprender algo, y se vuelve hacia Yvan.

Yvan palidece, se levanta y se aleja de Wynter.

—Wynter, por favor.

—Yvan —jadea negando con la cabeza incrédula—. No puede ser. ¿Cómo es

posible?

—Te lo suplico —le ruega.

Wynter agacha la cabeza como si quisiera recomponerse. Cierra los ojos con

fuerza un momento, después los abre y observa a Yvan con tranquilidad.

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