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La bruja negra

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Me sorprendió ver que Ariel estaba en la puerta del aula agitando las alas con

nerviosismo.

Mago Klinmann se volvió para mirarla y apartó la mirada automáticamente, pues

ver a Ariel le quemaba los ojos. Los demás estudiantes también apartaron la vista y

empezaron a murmurar descontentos.

Todos excepto Yvan, el único estudiante que no es gardneriano de toda la clase.

—¿Por qué interrumpes mi clase, Ariel Haven? —preguntó Mago Klinmann.

Habló con tono relajado, pero no la estaba mirando. Se dirigía a los estudiantes

gardnerianos y compartía sus miradas de complicidad mientras ellos también

intentaban evitar mirar a Ariel.

—Me han dicho que soy demasiado inteligente para la clase en la que estoy —

dijo Ariel cohibida mirando a su alrededor y cambiándose el peso del cuerpo de un

pie a otro.

Me di cuenta de que estaba reprimiendo el impulso de acobardarse, había

adoptado una postura de ataque. Le tendió un pedazo de pergamino al Mago

Klinmann. El profesor debió de verlo por el rabillo del ojo pues frunció los labios y

se apartó un poco más de ella.

—¿Y cómo sé que no has engañado a tu profesor, ícara? —preguntó con un tono

casi aburrido—. Tengo entendido que tú y los tuyos sois muy ingeniosos.

Sonrió al decirlo, pero seguía sin mirarla.

Ya había visto que la gente apartaba la mirada al ver a Ariel y a Wynter, pero solo

lo hacían cuando las veían pasar, no cuando hablaban con ellas. El gesto era muy raro

y degradante, y me hizo sentir muy incómoda.

—¡Deberías mirarme! —aulló Ariel. Su rostro, salpicado de marcas de viruela, se

tiñó de rojo, y ella apretó los puños.

—¿Disculpa?

—¡Estoy hablando contigo! ¡Deberías mirarme!

El profesor Klinmann se rio un poco.

—¿Y por qué es tan importante para ti que te mire?

Miró a los demás estudiantes como si todos compartieran un chiste interno del

que ella no sabía nada.

—¡Porque estoy hablando contigo! —gritó con ardiente humillación en los ojos.

Eso provocó que algunos de los estudiantes gardnerianos soltaran carcajadas

incrédulas.

El profesor Klinmann parecía reprimir una sonrisa.

—Vamos, ícara. Mirarte iría contra mis creencias religiosas. Ya lo sabes. No es

nada personal, y sería una tontería que te lo tomaras como tal. No arrugues las

plumas.

Miró a los gardnerianos que tenía delante con brillo en los ojos y los estudiantes

le mostraron su apoyo con una risa educada mientras todos seguían esforzándose para

no mirar a Ariel.

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