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La bruja negra

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Lisbeth se vuelve hacia Aislinn muy preocupada.

—¿Te ha estado molestando, Linnie?

—No —protesta Aislinn frunciendo un poco el ceño—. No, no se acerca a mí.

—¿Sigue yendo a la misma clase que tú? —insiste su hermana—. Me acuerdo de

lo asustada que estabas al principio.

—No se acerca a mí —insiste Aislinn tensa—. Resulta que no tiene ningún

interés en mí.

—Pero es bastante guapo, ¿no? —susurra Auralie mirando a Jarod, que no se ha

movido.

—Mírale los ojos —exclama Lisbeth—. ¡Son completamente inhumanos!

Aislinn me mira horrorizada porque sabe tan bien como yo que Jarod puede oír

hasta la última palabra de nuestra conversación. Él ha apartado la mirada y aguarda

inexpresivo.

—Ten mucho cuidado, Linnie —le advierte Auralie a Aislinn en voz baja—. Los

lupinos no tienen ningún respeto por las mujeres. Papá dice que son como animales.

Lo único que quieren es llevarse a las mujeres al bosque y… Jarod se marcha con

brusquedad.

—Qué bien, ya se va —comenta Auralie suspirando aliviada. Le da una

tranquilizadora palmada en el hombro a Aislinn—. Bueno, ya se ha ido. Ya puedes

relajarte.

—Gracias, Gran Ancestro —murmura Lisbeth haciéndose eco del mismo

sentimiento.

—Mamá, ¿quién era ese hombre con los ojos tan raros? —pregunta la sobrina de

Aislinn.

—Un hombre muy malo —contesta Lisbeth abrazando a la niña para

tranquilizarla—. Pero ahora ya se ha ido, cariño, así que no tienes por qué

preocuparte.

—¿Es como mi juguete, mamá? —pregunta uno de los niños con morboso

entusiasmo.

Saca una figurita de la bolsa que lleva. Es un lupino con el ceño fruncido, lleva

los ojos pintados con un brillo ambarino y las manos transformadas en peludas garras

de lobo con larguísimas zarpas.

—Eso es —concede Auralie asintiendo.

El sobrino de Aislinn coloca el resto de sus juguetes encima de una mesa y veo

esas figuritas que tan bien conozco: los malvados ícaros con fuego en las palmas de

las manos, las siniestras hechiceras vu trin, una reina fae con cara de mala, y los

valientes soldados gardnerianos, algunos a caballo.

—¡Voy a hacer que los soldados le maten! —anuncia el niño colocando a los

soldados en círculo alrededor del lupino.

—Qué buena idea —le dice Lisbeth encantada.

Erin, la niña pequeña, mira preocupada en dirección a la puerta.

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