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La bruja negra

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El hombre la agarra con fuerza del brazo y la obliga a levantarse.

—¡Cállate! —le grita sacudiéndola con violencia mientras ella sigue chillando—.

¡He dicho que te calles, zorra!

El tipo levanta la mano y le da un golpe tan fuerte que la chica aúlla y cae de

espaldas al suelo.

La selkie se cubre la cabeza con las manos y se tumba de costado en el suelo sin

dejar de sollozar.

Yo me vuelvo desesperada hacia Yvan, estoy temblando de rabia. Se ha quedado

allí plantado y observa la escena con la boca abierta.

Ahora el hombre está de pie a su lado con las manos en las caderas, y la selkie

aguarda encogida de miedo en el suelo.

—La próxima vez que te diga que hagas algo, estúpido animal, será mejor que lo

hagas —aúlla apuntándola con uno de sus rollizos dedos.

Coge un llavero que está colgado de la pared, vuelve a por la selkie hecho una

furia y la agarra del pelo.

La selkie jadea cuando el conserje coge un collar metálico atado a un poste con

una cadena muy pesada. Le clava la rodilla en la espalda, le pone el collar por la

fuerza, lo cierra con llave y la empuja de cabeza hacia el suelo. Después vuelve a la

casa, cuelga las llaves en el gancho, murmura algo así como: «malditas selkies» y

desaparece dentro dando un portazo.

La selkie se queda allí, sollozando, con los ojos cerrados, una mueca de

desesperación en el rostro, también tiene una enorme marca roja en la cara y su

precioso cabello plateado está cubierto de suciedad y barro.

Se me saltan las lágrimas de rabia.

«Sea un animal o no, ¿cómo puede ser tan cruel?». De pronto me asalta una idea

salvaje y desesperada.

Me vuelvo hacia Yvan muy enfadada.

—Voy a rescatarla —digo con el corazón desbocado.

Él alza las cejas.

—¿Qué?

Me agacho y empiezo a avanzar hacia la selkie con sigilo, me tiemblan las

piernas.

—¡Chica selkie! —la llamo susurrando.

La chica abre los ojos, son como dos lunas aterrorizadas, y se le escapa un

gemido. Cuando me ve le cambia la cara: me recuerda tanto como yo a ella.

Cojo las llaves y corro hacia la selkie escuchando los pasos de las botas dentro de

la casa. Le aparto el pelo plateado y meto la llave en la cerradura con las manos

temblorosas. Siento una cálida ráfaga de sorpresa cuando el collar de metal se abre y

cae al suelo haciendo un ruido metálico. Gesticulo con frenesí hacia el bosque

tirándole del brazo.

Cruzamos el claro en dirección a los árboles.

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