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La bruja negra

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Los dos guardamos silencio un buen rato, el continuo y amargo dolor que los dos

llevamos siempre dentro está al descubierto.

—Ya sé que mi abuela hizo muchas cosas horribles —digo al fin con mucho

esfuerzo—. Desde que llegué aquí he descubierto que mi pueblo hace muchas cosas

horribles. ¿Pero no crees que alguien puede ser distinto a todo lo que se ha dicho

sobre los suyos? ¿Aunque se parezcan… a mí?

Yvan respira hondo y me mira fijamente.

—Sí —dice—, creo que es posible.

Suspiro y me dejo caer en una bala de paja, rendida.

—Lo estoy intentando, Yvan —le digo con la voz ronca—. De verdad. Quiero

hacer lo correcto.

—Te creo —me dice amable.

Guardamos silencio unos minutos, mientras nos miramos.

—Siento que hayas perdido a tus padres —me dice al fin en voz baja.

Las lágrimas asoman a mis ojos y me esfuerzo por contenerlas.

—Y yo siento lo de tu padre —contesto con el tono afectado mientras intento

volver a controlar mis emociones—. ¿Qué le pasó? —pregunto.

Yvan tensa el rostro.

—Lo mataron en el frente este, algunos días antes de la liberación de Verpacia. —

Respira hondo con los ojos entornados, como si se estuviera planteando si puede

confiar en mí—. Mi padre… fue un miembro importante de la Resistencia. Mi madre

no quería que nadie supiera que yo era hijo suyo. Por eso se trasladó a un lugar

apartado de todo y me escolarizó en casa.

—Debes de parecerte mucho a él.

Yvan sonríe, como si yo hubiera dicho, sin querer, algo muy irónico.

—El parecido es sorprendente, sí.

—Nuestras vidas se parecen… —reflexiono.

Yvan hace un sonido desdeñoso para mostrar su desacuerdo.

—Nuestras vidas no se parecen en nada.

—Claro que sí —contesto un poco molesta por su forma de desacreditarme tan

rápidamente—. Cuando yo tenía unos cinco años, mi tío se nos llevó de Valgard y se

instaló en Halfix. Está en la frontera norte, en medio de la nada.

Nos escolarizó en casa, igual que tu madre hizo contigo. Ahora me doy cuenta de

que estaba intentando protegerme de la atención que recibiría por ser la viva imagen

de mi abuela. Igual que tu madre, quería que estuviera a salvo.

Yvan lo piensa un momento y me doy cuenta de que reconoce que tengo razón.

—Así que estás estudiando medicina —digo después de un silencio incómodo.

—Sí. —Asiente—. Como mi padre. ¿Y tú? ¿Vas a ser farmacéutica?

—Sí, como mi madre —contesto—. Siempre me ha gustado cultivar hierbas y

preparar medicamentos. Pero nunca se me había ocurrido soñar con ir a la

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