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La bruja negra

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Es un smaragdalfar. Un elfo serpiente.

Miro a Curran confundida, pero está mirando fijamente a nuestro profesor.

Los elfos serpiente son criaturas de las minas. Elfos subterráneos. Elfos

peligrosos y criminales. Una raza de seres depravados que viven encerrados en

ciudades subterráneas, donde los confinaron los alfsigr y moran controlados por

demonios de las minas y dragones de las profundidades.

Yo nunca había visto ninguno. Jamás.

¿Cómo ha salido ese? ¿Cómo es posible que un elfo serpiente haya terminado al

frente de una aula en la universidad? ¿Ataviado con una toga de profesor?

Alargo el brazo hacia atrás y descuelgo la capa del respaldo de la silla para

echármela por encima de los hombros. Hace mucho frío aquí.

—Soy el profesor Fyon Hawkkyn —dice el smaragdalfar con un acento muy

marcado, los ojos estrellados llenos de luz y una hilera de aros dorados en cada oreja

—. El profesor Xanillir ha dimitido como protesta después de saber que la

vicerrectora Quillen me había nombrado profesor. Si alguno de los presentes quiere

cambiar de clase tendrá que hablar con administración.

Los elfos se levantan envueltos en un brillante movimiento blanco y salen del

aula en silencio, toda la parte izquierda se queda vacía.

La dura expresión del elfo serpiente no vacila ni un ápice.

Los gardnerianos murmuran incómodos entre ellos y se remueven en sus asientos

antes de volver a prestar atención.

Los ojos estrellados del profesor Hawkkyn observan con frialdad nuestro lado del

aula. Cuando me ve me mira fijamente. Veo el chispazo del reconocimiento, como el

de un pedernal.

—Parece que tenemos una celebridad en clase —anuncia asombrado torciendo el

gesto con incredulidad y sin dejar de mirarme con una intensidad que me incomoda

—. La nieta de la Bruja Negra.

Me asalta un pánico amorfo que se adueña de mí y siento un auténtico peligro,

algo silencioso que está esperando para enseñarme los colmillos. Me ciño un poco

más la capa y sigo mirando al elfo serpiente.

—Aquí no recibirá ningún trato preferente, Maga Elloren Gardner.

El mensaje es escueto, pero lo dice como si las palabras estuvieran grabadas en

piedra.

—Tampoco lo espero —contesto con la voz aflautada por el frío. Miro la estufa

que tengo al lado, el carbón que hay dentro brilla del calor, pero apenas noto el calor

que irradia.

Cada vez tengo más miedo, es como si alguien me estuviera vigilando, y sigo

sintiéndolo incluso cuando el elfo serpiente deja de mirarme.

—Empezaremos por el capítulo cuatro, aleaciones de oro —dice con una elegante

eficiencia abriendo el libro que tiene delante mientras nosotros hacemos lo propio—.

La próxima clase os agruparé en función de los gremios para los que estáis

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