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La bruja negra

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—Jarod me ha dicho que Randall es idiota —repite Diana con la boca llena de

carne.

Aprieto los dientes furiosa.

—Bueno —contesta Aislinn poniéndose a la defensiva—, ¡pues ya puedes decirle

a Jarod que podría haber elegido a alguien mucho peor!

Diana suelta una risa burlona al oír eso y se le escapan algunos pedazos de carne.

Tengo que conseguir que Rafe la vea comer. Si siente alguna atracción por ella estoy

segura de que desaparecerá en cuanto la vea destrozar un pollo con los dientes.

—Eso es imposible —opina Diana con una sonrisa de oreja a oreja mientras la

carne asoma entre sus dientes.

—¡Dile a Jarod que Randall no está tan mal! —insiste a Aislinn.

Diana señala con un hueso por detrás de Aislinn.

—Díselo tú.

Jarod acaba de entrar. Nos ve enseguida, sonríe con calidez y se acerca a la mesa.

—Hola —dice—. ¿Ahora coméis juntas?

Aislinn se vuelve y lo fulmina con la mirada.

—¿Qué pasa? —pregunta preocupado.

—Le he comentado a Aislinn que dijiste que Randall es idiota —explica Diana

con despreocupación.

Jarod palidece y traga saliva con fuerza. Diana no parece darse cuenta, está

arrancándole un ala a la menguante carcasa que tiene delante con las manos y los

labios llenos de grasa. Por lo visto la absoluta falta de tacto no es algo que defina a

todos los lupinos. Solo es cosa de Diana.

—No era algo que quisiera que fueras explicando por ahí —le dice Jarod a su

hermana con un hilo de voz.

—¿Por qué? —pregunta Diana—. Ella debería saberlo. Y antes de que pase por

esa horrible ceremonia de compromiso.

—No es idiota —contesta Aislinn mirando fijamente el plato.

Parece dolida, es como si estuviera intentando convencerse de que es verdad.

—Lo siento. Aislinn —se disculpa Jarod en voz baja con tono amable—. No

pretendía ofenderte. Es que… tengo muy buena opinión de ti y no creo que haya

muchos hombres que te merezcan.

Diana resopla.

—Porque la mayoría de hombres gardnerianos son imbéciles.

Jarod intenta ignorar a su hermana y mira fijamente a mi amiga gardneriana.

—Aislinn —insiste con un tono sincero—. Lo siento de veras.

Ella aparta la vista con el rostro contraído.

—Siéntate, Jarod —le invito suspirando—. Come con nosotras. Ya es agua

pasada.

—Gracias —contesta.

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