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La bruja negra

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Y Fallon tiene aterrorizadas a todas las sirvientas de Verpacia. No hay que ser

muy listo para dar por hecho que podría guardar cosas aquí, y más teniendo en cuenta

que vivo con Ariel Haven.

—Debería dar las gracias de que no tengo poderes —le dije furiosa.

Trystan me miró muy serio y dejó las mitades del violín encima de la mesa.

—¿Quieres que te acompañe a ver a la vicerrectora para presentar una queja?

—No —espeté—. Quiero que le congeles la cabeza a Fallon. O que la quemes.

¿Harías eso por mí?

Trystan respiró hondo y me miró con su calma habitual.

—Emm… sí. Podría, Elloren. Seguido de mi expulsión inmediata de la

universidad. Pero eso es solo un pequeño detalle.

Le fulminé con la mirada y me dejé caer en su cama.

Trystan se sentó a mi lado enseguida.

—¿Sabes? Creo que podrías contar con el apoyo de Diana Ulrich.

Le miré con curiosidad.

Trystan frunció el labio con diversión.

—Por lo visto Diana no para de hablar de lo mucho que le gustaría clavar la

cabeza de Fallon en una pica y dejarla en la entrada de la ciudad. «Para que la

devoren los cuervos», y cito textualmente.

No puedo evitar sonreír animada y agradecida de conocer el sanguinario

sentimiento de Diana.

Los repetidos golpes de la pluma de Jarod en la mesa me devuelven al presente. Está

encorvado sobre el escritorio transcribiendo mis apuntes de química con una

caligrafía muy pulida. Ahora necesita que le preste los apuntes porque Diana se niega

a dejarle los suyos.

Al principio no le gustaba la profesora Volya, pero ahora que se ha dado cuenta

de lo mucho que sabe esa mujer, Diana ha cambiado de actitud. Como resultado, se

niega a compartir los apuntes con su distraído hermano, quien, en palabras de la

propia Diana: «debería olvidarse de los ridículos libros de poesía y concentrarse en la

clase». Y por eso, y dado el improbable cambio de tercio que ha tenido lugar, me he

convertido en la proveedora de apuntes de Aislinn y Jarod, que siguen manteniendo

correspondencia sobre literatura en todas las clases.

Jarod levanta la cabeza de golpe y se le dilatan las aletas de la nariz. Se da media

vuelta justo cuando Aislinn aparece por detrás de una estantería. Corre hacia nosotros

con cara de preocupación.

—Cómo me alegro de encontraros.

Está acalorada y sin aliento.

—Randall te estaba buscando hace un rato —informo a Aislinn: no entiendo por

qué parece tan alterada.

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