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La bruja negra

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—Sí, ya lo sé —contesto con tono de disculpa—. Acabo de llegar y todavía no he

tenido ocasión de cambiarme. —Agacho la cabeza para mirar los delicados bordados

de mi falda—. Mi tía me la compró. La ropa. No es muy práctica.

—¿Su tía? —pregunta Fernyllia débilmente, como si estuviera teniendo una

pesadilla.

—Sí, mi tía… Vyvian Damon.

Fernyllia y algunas de las otras trabajadoras de la cocina esbozan sendas muecas

de dolor al escuchar el nombre de mi tía. Yvan me mira peor todavía. —Sí —contesta

Fernyllia al fin—. Ya la conozco. —Me lanza una mirada implorante—. Disculpe que

mi nieta esté aquí, Maga Gardner. —Gesticula en dirección a la niña—. Su madre

está enferma y… y he tenido que cuidar de ella. No volverá a ocurrir.

—No pasa nada —contesto para tranquilizarla—. Me encantan los niños.

¿Por qué podría importar que hubiera un niño por aquí? ¿Hay algún motivo para

que no se les permita la entrada a la cocina?

Nadie pestañea siquiera.

—E Yvan —me explica nerviosa, señalándole—, ya ha empezado a estudiar. Es

muy buen estudiante. Pero ya le he dicho que en adelante tendrá que hacerlo en otro

sitio. Una cocina no es lugar para libros, podrían mancharse y esas cosas.

Sonrío y asiento intentando ganarme su confianza.

—Ojalá hubiera empezado yo también —le digo a Yvan tratando de sonreír

mientras me vuelvo hacia él y sus intensos ojos—. Por lo visto ya voy con retraso…

Echa fuego por los ojos, como si estuviera muy ofendido. Puedo sentir la rabia

que emana de él en oleadas.

Trago saliva dolida por ese implacable y extraño nivel de odio. Parpadeo para

reprimir las lágrimas y me vuelvo hacia Fernyllia.

«Ignórale —me digo—. Oblígate a ignorarle».

—Bueno, ¿qué quiere que haga? —pregunto con una amabilidad forzada.

Fernyllia mira a su alrededor, como si estuviera tratando de entender algo muy

rápido.

—¿Por qué no le enseño lo que hacemos con los cubos de compost? —comenta la

chica urisca de aspecto feroz con un tono lento y precavido.

Fernyllia mira en dirección a los libros y vuelve a mirarme. Esboza otra falsa

sonrisa servil.

—Es una idea excelente, Bleddyn —concurre—. Vaya con Bleddyn, Maga

Gardner. Ella le enseñará lo que debe hacer. No le importa tratar con animales, ¿no?

—Oh, no —contesto con renovado entusiasmo—. Me encantan los animales.

—Bien, bien —dice Fernyllia retorciendo las manos con nerviosismo—. Pues

siga a Bleddyn. Los restos son para los cerdos. Ella le enseñará lo que debe hacer.

Tengo la sensación de que tanto Yvan como el resto de personas que hay en la

cocina están conteniendo el aliento mientras yo dejo mis libros y mis papeles y salgo

de la cocina con Bleddyn para acceder a una habitación que hay detrás. Junto a la

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