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La bruja negra

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cortado de cualquier manera, grasiento y peinado de punta. Lleva los ojos pintados de

negro, lo que hace que sus pálidos ojos verdes parezcan casi tan blancos y

desalmados como los de los ícaros de Valgard. Al contrario que Wynter, que tiene las

alas gachas y plegadas a la espalda con discreción, Ariel parece exhibirlas agitándolas

con actitud amenazadora. Está en cuclillas, como si pretendiera esquivar algún golpe,

y contempla el comedor entornando los ojos con rabia.

Ahí están. Mis atormentadoras. Ahí sentadas, comiendo pastel de especias.

De pronto lo recuerdo todo: el demoníaco espectáculo de Ariel, los arañazos en la

puerta, el terror que sentí cuando pensé que estaba a punto de morir.

Quizá Lukas haya sido demasiado duro con los trabajadores de la cocina, pero

estas criaturas… ellas se merecen todo eso y más.

La ira se apodera de mí y me olvido del miedo.

Aprieto los puños, cruzo el pasillo lateral directamente hacia su mesa y les quito

el pastel. Las dos me miran con los ojos asombrados.

—¡Las moradoras del infierno no pueden comer tarta! —digo con el corazón

acelerado.

Ariel se pone de pie de un salto y le veo los brazos, salpicados de cicatrices que

parecen marcas recientes de cuchillo. Arruga la cara esbozando una mueca aterradora

y se lanza a por el pastel.

La esquivo muy rápido y ella pierde el equilibrio, choca contra la mesa y los

platos y la comida sale volando por todas partes. Wynter levanta las manos para

protegerse de la comida y la bebida mientras a nuestro alrededor brotan

exclamaciones de sorpresa.

—¿Qué está pasando aquí? —quiere saber una autoritaria voz masculina a mi

espalda.

Me doy media vuelta y me encuentro de frente con un profesor vestido con su

toga verde, un hombre celta con el pelo moreno despeinado y gafas.

Por un momento el profesor abre los ojos muy sorprendido.

El parecido con mi abuela. Eso es lo que le ha dejado tan asombrado. Lo veo en

sus ojos.

El silencio se ha apoderado del gigantesco comedor, solo se oyen algunos

susurros asombrados, casi todo el mundo nos está mirando.

Ariel, que ahora está manchada de comida y bebida, se separa de la mesa y me

señala con el dedo.

—¡Nos ha quitado la comida!

La sorpresa del profesor se torna en preocupación y apenas consigue ocultar su

ira.

Me fulmina con la mirada.

—¡Devuélvele la comida a esta estudiante!

¿A la estudiante? ¿En serio?

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