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La bruja negra

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—¡Mentirosa! —aúlla—. Te han mandado aquí a espiarnos, ¿verdad?

¿A espiar? ¿A qué clase de extraño mundo he ido a parar?

—¡No sé de qué estás hablando! —espeto.

Pienso en los libros. Los mapas que se apresuraron en apartar. ¿Qué estaban

haciendo allí?

—¡Mírame, gardneriana! —me exige la chica rubia.

Obedezco con miedo de que vuelva a pegarme.

La rubia me señala con crueldad.

—Si le mencionas a alguien que viste a una niña aquí, o libros o mapas, te

encontraremos y te romperemos los brazos y las piernas.

—Me parece que será bastante fácil —comenta Bleddyn con un tono que roza el

aburrimiento—. Parece una debilucha.

—Muy debilucha —concede la celta.

—Aunque tampoco puede defenderse. Es una maga de nivel uno, ¿lo sabías?

—Qué vergüenza.

—Su abuela estaría muy decepcionada.

Siento una punzada de rabia al oírles mencionar a mi abuela. La reprimo y las

observo con cautela.

Se me quedan mirando un buen rato. Mientras me pego a la pared, exhausta, sucia

y reprimiendo las lágrimas, me pregunto si piensan seguir pegándome.

—Bueno —concluye la rubia—, creo que nos hemos expresado con claridad. Nos

vemos en las cocinas, Elloren Gardner.

—Devuelve los cubos a su sitio —ordena Bleddyn mientras ambas se vuelven

para marcharse—, e intenta no volver a caerte.

Cuando se marchan lloro durante un minuto o dos hasta que vuelvo a enfadarme.

No pueden tratarme así. No pueden. Me limpio las lágrimas. Quizá no tenga

poderes, pero puedo explicarle lo que han hecho a la directora de la cocina. No pienso

dejar que me asusten y me avasallen.

La rabia se lleva el miedo, respiro hondo y vuelvo a la cocina.

Cuando entro me recibe el mismo silencio colectivo que reinaba cuando me

marché.

Bleddyn y la celta rubia están a ambos lados de Fernyllia y me lanzan miradas

acusadoras.

Yvan parece momentáneamente sorprendido al verme aparecer.

Fernyllia y las demás también parecen asombradas, pero se recuperan enseguida y

disimulan su consternación adoptando sendas expresiones neutrales.

Yvan es el único que tiene una mirada confusa.

Enseguida me doy cuenta de que la niña ya no está y tampoco los libros y los

mapas que estaban en la mesa.

—¡Me han tirado al suelo y me han abofeteado! —le digo a Fernyllia con la voz

rota por la emoción señalando a Bleddyn y a la chica celta.

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