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La bruja negra

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Pasamos junto a un restaurante con mesas al aire libre repartidas por el paseo

marítimo y rodeadas de árboles frutales decorativos iluminados con unos candiles

cuyos cristales tienen forma de diamante. El olor de la comida se cuela en el carruaje:

cordero asado, pescado frito, bandejas de patatas condimentadas.

Hay una pequeña orquesta tocando debajo de un ciruelo.

Me vuelvo hacia mi tía emocionada al escuchar aquella preciosa música. Jamás

había escuchado una orquesta.

—¿Esa es la orquesta sinfónica de Valgard?

La tía Vyvian se ríe.

—Dios, no, Elloren. Son trabajadores del restaurante. —Me observa con divertida

especulación—. ¿Te gustaría escuchar a la orquesta sinfónica mientras estás aquí?

—Me encantaría —susurro.

Hay un montón de tiendas, cafeterías y mercados. Y jamás había visto tantos

gardnerianos juntos, su vestimenta oscura confiere un aire elegante y solemne a su

aspecto, las túnicas de seda negra de las mujeres deslumbran con sus gemas

brillantes. Ya sé que en nuestro libro sagrado pone que debemos vestir los colores de

la noche para recordar nuestra larga historia de opresión, pero me cuesta mucho

pensar en cosas tan tristes mientras miro a mi alrededor. Todo es maravillosamente

distinguido. Siento una excitación embriagadora y un gran deseo de formar parte de

ello. Agacho la cabeza para mirar mi sencilla ropa de color marrón oscuro y me

pregunto qué se sentirá vistiendo algo tan elegante.

El carruaje se tambalea y giramos de golpe hacia la derecha para internarnos por

una carretera más estrecha y oscura, donde los edificios no son tan bonitos como los

de la carretera principal, cuesta mucho más ver a través de las misteriosas ventanas y

la luz es de un apagado color rojo.

—Le he pedido al conductor que tome un atajo —me explica mi tía mientras

repasa más documentos del Consejo; la piedra de luz que hay dentro del candil del

carruaje brilla con más fuerza en respuesta a la oscuridad.

Me asombra ver el intenso brillo místico que desprende la piedra de luz. Las

piedras de luz élficas son muy caras, y la dorada es la más rara. Solo las he visto de

color verde pantanoso en los candiles exteriores que hay en la casa de Gaffney.

La tía Vyvian suspira y corre la cortina.

—Esta no es precisamente la mejor parte de la ciudad, Elloren, pero pasando por

aquí acortaremos un poco el viaje. Te sugiero que cierres la ventana. No es una parte

bonita. La verdad es que deberían demolerlo todo y reconstruirlo.

Me inclino hacia delante para cerrar la ventana y pasar la cortina justo cuando el

carruaje se detiene. No hemos dejado de parar y arrancar desde que hemos entrado en

la ciudad por culpa del tráfico.

Un segundo antes de que tire del cordel, algo impacta contra la ventana con un

ruido muy fuerte: es el ala de un pájaro blanco, ha aparecido y se ha marchado tan

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