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La bruja negra

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Están rodeados por una ciudad de tiendas militares negras, barracones de madera y

estructuras hechas con la piedra de la cordillera encajadas en la imponente roca.

Y hay dragones.

Muchísimos. Se mueven en formación. Algunos soldados gardnerianos los

montan con sus varitas en la mano.

Retrocedo al ver cómo veinte dragones alzan el vuelo soltando un aullido al

unísono y me tapo los oídos con las manos. Los dragones vuelan en formación

siguiendo a uno que los guía.

De golpe se elevan rápidamente y descienden directamente sobre nosotros.

Me lanzo al suelo e Yvan tira de mí hacia él, los dragones se acercan y después

vuelven hacia el centro del valle.

Se me acelera el corazón y me siento mareada. Ya había visto alguna exhibición

con dragones militares, como si fueran caballos con alas. Pero estos son aterradores,

negros como la muerte, están tan demacrados que se intuye el esqueleto que hay

debajo de la piel. Y tienen las alas destrozadas, asoman pegadas a su espalda llenas

de plumas ásperas como si fueran plumeros sin vida.

—Oh, santísimo Gran Ancestro —jadeo sintiendo un escalofrío que me recorre la

espalda—. ¿Escupen fuego?

Yvan frunce el ceño y niega con la cabeza.

—No. Pierden la capacidad de hacerlo cuando les rompen las alas. Pero como

puedes ver todavía pueden volar. Y son fuertes, tienen los dientes y las garras muy

afiladas.

—¿Se están preparando para atacar a los militares celtas?

—Y a cualquiera que se interponga en su camino. Igual que la otra vez. Pueblos.

Familias. Aunque eso no lo explicarán, claro. Solo oiréis hablar de una gloriosa

victoria militar tras otra. —Hace una mueca—. No leerás nada sobre familias enteras

destrozadas por dragones sin alma.

Imagino a una de esas criaturas aterrizando en un pueblo. Es demasiado terrible

para concebirlo.

—¿Nadie puede detener esto? —le pregunto horrorizada.

Niega con la cabeza.

—La Resistencia no puede competir con la guardia gardneriana. Lo máximo que

pueden hacer es frenarlos un poco. Salvar al mayor número posible de gente. —

Adopta una expresión amarga y habla con voz disgustada—: Imagino que cuando

ocurra lo inevitable tú estarás disfrutando de una fiesta en algún sitio, celebrando la

victoria contra los malignos.

Sus palabras me molestan. Lo que ha dicho me ha hecho daño de verdad.

—Eres tan… Te equivocas conmigo —me defiendo buscando las palabras

adecuadas—. Tú no sabes nada sobre mí. Vivo con dos gallinas, ¿lo sabías? ¿Tienes

idea de lo sucias que son?

Yvan me fulmina con la mirada muy enfadado.

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