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La bruja negra

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La vicerrectora Quillen

Cuando llego, la vicerrectora Lucretia Quillen está sentada a su mesa

terminando de ponerse al día con su correspondencia, y me hace pasar

haciendo un rápido gesto con la mano. Es gardneriana, tiene la melena lisa

recogida en un moño pulcro y viste una túnica oscura de buena calidad.

Su despacho está en una de las muchas torres del Auditorio Blanco, y por las

ventanas con enrejado de diamante se ve una vista panorámica de la ciudad

universitaria llena de candiles encendidos.

Me quedo mirando sorprendida la arrebatadora vista del valle y la imponente

Cordillera del Norte que se alza a lo lejos. Está amainando y las nubes grises

empiezan a dispersarse dejando entrever algunas estrellas. Hay un mar de tejados

abovedados ante mí, las calles adoquinadas parecen caminitos minúsculos vistos

desde esta altura, y justo debajo hay un puente de piedra que conecta el tercer piso del

Auditorio Blanco con otro edificio.

«Todo es de piedra; si hubiera más madera sería más relajante —me lamento—.

Pero sigue siendo bonito».

En el despacho reina un silencio incómodo y puedo oír, incluso, el tic tac del reloj

que hay en la estantería detrás de la vicerrectora. Veo mapas enmarcados de los

Reinos del Este y del Oeste colgados en las paredes, y también uno de Verpax. En los

estantes que hay debajo de la ventana se esconde una pequeña biblioteca. El techo es

abovedado, muy semejante al del Auditorio Blanco, y le han pintado una noche

estrellada parecida.

Estoy destrozada, tan cansada que apenas consigo concentrarme sin pensar en lo

mucho que me duele la cabeza.

La vicerrectora deja el bolígrafo y me mira con frialdad por encima de unas gafas

de montura dorada.

—Tengo entendido que has tenido un día muy agitado, Maga Gardner —comenta

con una voz rebosante de autoridad a la que no parece que se pueda replicar con

facilidad.

Me palpita el pulso en la cabeza.

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