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La bruja negra

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Iris fulmina a Yvan con la mirada, tiene fuego en los ojos, después esboza una

abrumadora mueca de asco y empieza a temblarle el labio.

—¿Estás defendiendo a… una cucaracha?

A duras penas consigue hablar.

Yvan tiene una mirada peligrosa en los ojos.

—He dicho que no la llames así.

A Iris se le ponen los ojos vidriosos y alterna la mirada entre Yvan y yo mientras

la rabia que siente se convierte en dolor.

—Iris.

Yvan se ablanda y le tiende una mano conciliadora.

Iris niega con la cabeza y se echa a llorar, tira al suelo el trapo que llevaba en las

manos y se marcha corriendo de la cocina.

Yvan me lanza una breve mirada tormentosa y se va tras ella.

Tengo el corazón desbocado. Los trabajadores de la cocina empiezan a retomar

sus tareas respectivas poco a poco y me miran con recelo.

Completamente sorprendida por el cambio de rumbo que han tomado las cosas,

me doy cuenta algo distraída de que una de las ollas ha empezado a rebosar y la cojo

de la manecilla de hierro sin acordarme de coger una manopla.

El hierro me quema la palma y doy un grito reculando y acercándome la mano al

cuerpo con actitud protectora. El dolor me trepa por el brazo y me miro la palma: me

está apareciendo una media luna roja.

Todo el mundo me ignora y siguen con sus tareas con silenciosa determinación.

Parpadeo para evitar que se me escapen las lágrimas y me vuelvo hacia la cocina de

leña agarrándome la mano herida por la quemadura y la indiferencia de los demás.

Alguien me tira del brazo con delicadeza.

Cuando me doy media vuelta me encuentro a Olilly, que me está mirando con sus

enormes ojos color amatista. Tiene los ojos claros. Y ya no veo manchas rojas en su

piel.

«Al final se tomó el medicamento».

—Tenga, Maga —me dice con delicadeza sacándose un botecito de pomada del

bolsillo de la túnica. Lo abre y me lo tiende—. Para la quemadura.

Reprimo las lágrimas de nuevo abrumada por la gratitud.

—Gracias Olilly —digo con la voz entrecortada mientras me froto la cremosa

pomada en la quemadura y noto cómo me alivia el dolor.

La chica ignora las sutiles miradas de censura que le lanzan los demás y me

dedica una sonrisita vacilante.

—Querría una copia de las Mociones y Resoluciones del Consejo de Magos de esta

semana —le digo a la trabajadora del archivo.

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