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La bruja negra

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«Un celta. El padre del bebé demonio es un celta. Y le conoció en la

universidad».

—El sacerdote Vogel dice que los celtas están desterrados y que ya no son

personas de primera clase como nosotros —prosigue Echo con un tono estridente—.

Se han aliado en secreto con los malignos, como los paganos del desierto y los

uriscos.

—Ten cuidado con las mujeres uriscas —añade Fallon a modo de advertencia—.

Pueden parecer muy inocentes, pero les encanta perseguir a nuestros hombres.

Ya he escuchado a Warren Gaffney hablando sobre eso en más de una ocasión. Lo

que pasa es que las mujeres uriscas no tienen hombres propios a los que perseguir: el

gobierno de Gardneria mató a todos sus varones durante la Guerra del Reino.

Los hombres uriscos son geomantes muy poderosos, capaces de dominar los

intensos poderes de las piedras y las gemas. Su existencia supondría una gran

amenaza para nuestro país. Sin embargo, las mujeres no tienen poderes y se les

permite vivir en Gardneria como trabajadoras.

Pero es una imagen terrible: bebés uriscos varones siendo masacrados. Nunca he

podido hablar de ello con el tío Edwin, porque se altera mucho cuando intento sacar

el tema, una vez incluso se echó a llorar.

Los señores de la guerra uriscos atacaron nuestro país cuando tenían poder y

trataron de aniquilarnos, pero aun así sigue siendo desagradable.

Echo suspira.

—Por lo menos los poderes de los mestizos uriscos son muy débiles.

Paige asiente, pero Fallon las está ignorando a las dos. Me está mirando en

silencio y con una intensidad tan inquietante que se me eriza el vello de la nuca. El

desagrado que he sentido al conocerla aumenta.

—Ten cuidado con esos mestizos —me advierte Fallon con una sonrisa astuta.

Me pongo nerviosa cuando me doy cuenta de que se está refiriendo de nuevo a

Gareth y a su mecha gris. Desliza el pulgar por la punta de su varita—. Los hay por

todas partes —ronronea—. Nunca se es lo bastante cuidadosa.

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