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ESTUDIO INTRODUCTORIO

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Emilio María Terán<br />

Cuantas leyes se han expedido en la república relativas a terrenos baldíos, que poco<br />

o ningún provecho han dado a la nación, ya porque no ha habido quien los solicite, ya<br />

porque aun los escasos adjudicatorios han tenido luego-luego que abandonar los suelos<br />

cuya propiedad la habían adquirido fácilmente, pero que, debido a estorbos insuperables,<br />

se les hizo difícil obtener de ellos el resultado que era de esperarse.<br />

Ni los climas templados y benignos de la región ecuatorial, ni sus suelos fértiles y<br />

espontáneos para variadas y riquísimas producciones, han movido la codicia de nuestros<br />

habitantes por esos bienes nacionales que, de otro lado, han sido el objeto de mil<br />

estipulaciones vergonzosas para la república, por parte de nuestros acreedores europeos.<br />

Con mucha razón escribía don Gaspar de Jovellanos, en tratándose de los valiosos<br />

favores que deben las leyes al perfeccionamiento agrario. “Esos favores, dice, no tanto<br />

estriban en presentar estímulos, como en reconocer los estorbos que retardan su<br />

progreso”. En efecto, señor general, ¿qué importan esas leyes y esos decretos ejecutivos<br />

en pro del cultivo de nuestros terrenos baldíos, si quienes se han dedicado a trabajar en<br />

ellos encontraron siempre obstáculos y dificultades invencibles para hallar el precio del<br />

capital invertido y el de su trabajo cotidiano? Nada, absolutamente nada. La falta de<br />

vías de comunicación tendrá siempre estacionario el progreso de nuestra agricultura y,<br />

por lo mismo, mientras ese estorbo subsista, los ecuatorianos veremos indiferentes las<br />

ofertas que nos hagan de sus bienes los gobiernos de la nación.He aquí la causa, según<br />

don Gaspar:<br />

La importancia de las comunicaciones interiores y exteriores de un país es tan<br />

notoria, y tan generalmente reconocida, que parece inútil detenerse a recomendarla,<br />

pero no lo será demostrar que aunque sean necesarios para la prosperidad de todos los<br />

ramos de industria pública, lo son en mayor grado para la del cultivo. Primero, porque<br />

los productos de la tierra, generalmente hablando, son de más peso y volumen que los<br />

de la industria y, por consiguiente, de más difícil y costosa conducción. Esta diferencia<br />

se hallará con sólo comparar el valor de unos y de otros en igualdad de peso, y resultará<br />

que una arroba de los frutos más preciosos de la tierra tiene menos valor que otra de las<br />

manufacturas más groseras. La razón es porque las primeras no representan por lo común<br />

más capital que el de la tierra, ni más trabajo que el del cultivo que las produce, y las<br />

segundas envuelven la misma representación, y además la de todo el trabajo empleado<br />

en manufacturarlas.<br />

Segundo, porque los productores de cultivo, generalmente hablando, son de menos<br />

duración y más difícil conservación que los de la industria. Muchos de ellos están<br />

expuestos a corrupción si no se consumen en un breve tiempo, como las hortalizas,<br />

las legumbres verdes, las frutas, etc.; y los que no, están expuestos a mayores riesgos y<br />

averías, así en su conservación como en su transporte. Tercero, porque la industria es<br />

movible y la agricultura estable e inamovible. Aquélla puede terminar pasando de un<br />

lugar a otro, y ésta no. La primera, por decirlo así, establece y fija los mercados que debe<br />

buscar la segunda. Así se ve que la industria, atenta siempre a los movimientos de los

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