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MEMORIAS DE LA ACADEMIA MEXICANA DE LA LENGUA

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160<br />

Su refugio: su pueblo y su casa<br />

enrique cárdenas de la peña<br />

En variados escritos, Isidro Fabela retrata de un modo u otro su pueblo<br />

natal, Atlacomulco, y el albergue mirado por él como el santo lugar de<br />

sus años niños. El pueblo, claro está, envuelto por el ambiente rural<br />

en el cual crece, que tan bien describe saturado por “aromas místicos”,<br />

donde convive con “mayordomos y gañanes”;<br />

aquí –dice– supe de la belleza opulenta de los maizales susurrantes<br />

que ríen y sonríen como soldados erguidos que celebran la victoria;<br />

porque por sus monterías topé con los húmedos apriscos que me<br />

inyectaban salud, con las cañadas umbrosas, las tormentas terribles<br />

y las bravas torrenteras que me enseñaron, no sólo a perder el miedo<br />

a los enojos de la naturaleza, sino a ver en ellos los espectáculos más<br />

imponentes y majestuosos de la belleza bucólica; y también, porque<br />

allá en las vegas esmeraldinas, que ya no existen sino en mi memoria,<br />

ensombrecida más por la amargura que por la distancia, supe aquilatar<br />

que el deleite mayor en el campo es navegar en el mar de oro de los<br />

trigales, sintiéndonos a las veces como ahitos de placer entre sus olas<br />

cariciosas y elegantes. 64<br />

El campo, el campo constantemente, donde restaura la cansera citadina<br />

y es, especie de refugio, de aliento y de ensueño, un perdón en el<br />

remordimiento de nuestras faltas. Es alrededor del pueblo, en el pinar,<br />

o el bosque cantarino, o la vega y las milpas, donde se siente dueño y<br />

señor de cuanto lo rodea, donde todo lo ve y lo siente suyo: el relente<br />

y la luz, el agua y el horizonte, la llanada y la serranía, y, lo que es más,<br />

el alma de sus coterráneos.<br />

De su casa habla, como es natural, en el opúsculo En mi casa natal.<br />

Repasa los lugares, los acentos familiares, los trinos de los pájaros y las<br />

disonancias de atajos y caballerías, rebaños y piaras. Retoma las cosas con<br />

el dulce acento del dolor, al quererlas por su presencia o en el recuerdo;<br />

las impregna de vida con su sufrimiento y mide así la indignación y el<br />

odio en la espada, la lastimadura en la lanza, la pena en el látigo:<br />

64 I. Fabela, “Despedida”, en ¡Pueblecito mío!, p. 106.

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