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MEMORIAS DE LA ACADEMIA MEXICANA DE LA LENGUA

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margit frenk<br />

de Manolo había sido malagueño. Curioso –¿verdad?– que, como en<br />

este caso, una persona pueda conservar un rasgo de pronunciación, por<br />

así decir, heredado, ajeno al medio en que dicha persona se mueve. Y<br />

hablando de lenguas, he sentido siempre no haber estudiado latín con<br />

Alcalá, aunque lo estudié con quien fuera su maestro: Agustín Millares<br />

Carlo, también un excelente profesor.<br />

Es impresionante, en verdad, que conociendo tantas lenguas, sabiendo<br />

todo lo que sabía, teniendo una cultura que muchos ya quisiéramos<br />

para un día de fiesta, Manolo continuara siendo un ser tan sencillo,<br />

tan diáfano, tan cercano a uno. Ciertamente le gustaba citar textos<br />

que sabía de memoria y le gustaba –le encantaba– contar anécdotas,<br />

sucesos que le habían ocurrido, citar frases que alguien había dicho, a lo<br />

mejor en francés o en inglés o en alemán o en latín, y cuando lo hacía<br />

le sonreía la voz y le brillaban los ojos, pero nunca era para presumir o<br />

dárselas de listo: quería que nos divirtiéramos con sus recuerdos, como<br />

se divertía él, y lo lograba.<br />

Manuel Alcalá era, pues, un ser muy entrañable. Pude comprobarlo<br />

nuevamente cuando, después de muchos años, nos reencontramos en esta<br />

Academia Mexicana. Yo entré en 1993. Él estaba aquí desde siempre; al<br />

menos, eso sentí. Y aunque no nos habíamos conocido mucho –yo más<br />

a él, que él a mí–, me recibió con los brazos abiertos, y fue esa cordialidad,<br />

sobre todo, lo que me hizo pedirle que fuera él quien contestara<br />

mi discurso de ingreso, a fines de 1993. Todavía hoy me conmueven<br />

sus palabras de entonces. Comenzaba así: “Con una piedrecilla blanca<br />

debe marcarse esta sesión en la cual ingresa a la Academia Mexicana<br />

doña Margit Frenk. Que con un calculus albus señalaban los romanos los<br />

días o los acontecimientos faustos”. Le complacía que ese día fuera una<br />

mujer la que iba a ocupar la silla XXIV; María del Carmen Millán, la<br />

primera mujer que ingresó a la Academia, había muerto tiempo atrás, y<br />

a la segunda, mi amiga Clementina Díaz y de Ovando, no la vemos con<br />

la frecuencia con que quisiéramos verla. Ahora, por fortuna, también<br />

está Margo Glantz, y pronto, sin duda, seremos más.<br />

Si ya al entrar a la Academia sentía yo hacia Manolo esa gran confianza<br />

y esa simpatía, el sentimiento se fue profundizando con el tiempo.

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