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I. Actas del I Congreso Internacional "Baltasar Gracián: pensamiento

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MU .111 I BAIMORI<br />

enrarecido además por los postreros años de un romano pontífice, ya casi clari­<br />

vidente solo ante el parigual peligro <strong>del</strong> comunismo y <strong>del</strong> nazismo, y de un pre­<br />

pósito general de los jesuítas cada vez más cerrado y más cerril, como viejo y<br />

polaco al mismo tiempo.<br />

Mi transcendental humorismo graciano era un pábulo constantemente encen­<br />

dido y relampagueante, lo que en aquel ambiente retranqueado de una guerra<br />

civil lejana y presente, era muy peligroso. Y al llegar el momento en que<br />

hubiera debido ordenarme sacerdote, 1938, hizo que se me considerara como<br />

no seguro, y que se me dejara para el año siguiente. Entonces no sabía aún, lo<br />

supe sólo más larde, que un fino jesuíta belga, exitoso escritor en francés, en<br />

aquellos mismos años aludía a una novena bienaventuranza para los jesuítas:<br />

Bienaventurados los pobres de ideas porque ellos serán llamados seguros.<br />

Destinado al colegio de Monlesión en Palma de Mallorca el año 1941, llegué<br />

allí tras doctorarme en Historia en la entonces Universidad Central, -para apro­<br />

vechar mi título- (sic) y para que -continuasen mis investigaciones-. Allí me salie­<br />

ron al paso dos temas locales y universales al mismo tiempo: Ramón l.lull y el<br />

concilio de Tiento. Pude pergeñar una primera síntesis <strong>del</strong> Lulismo en Italia<br />

—de allí me dicen que aún les sirve y que quieren traducirlo— y dirigir un volu­<br />

men misceláneo sobre -Mallorca en Tiento», en los años <strong>del</strong> cuarto centenario<br />

<strong>del</strong> concilio. No dejé <strong>del</strong> todo el Setecientos hispano-italiano, pero la tarea más<br />

constante era la enseñanza de la Historia, la Filosofía y las literaturas española y<br />

latina en los últimos cursos de bachillerato. Los alumnos que aún sobreviven,<br />

todavía recuerdan mis predilecciones por <strong>Gracián</strong> —uno de ellos, entusiasta cer­<br />

vantista, aún me reprocha esa insistente y persistente predilección.<br />

Los lectores de «El yermo de Hipocrinda- en la segunda parte de El Criticón<br />

saben que los jesuítas, para calificar a sus compañeros, indagaban si era -pro­<br />

feso-, pues en la Compañía sólo emitían, y emiten, la profesión solemne algu­<br />

nos sacerdotes más selectos, y eso tras muchos años de estudios y de vida<br />

religiosa. Yo tenía que emitirla en 1945, pero al prepósito provincial de enton­<br />

ces, siempre dudando de mi seguridad, aunque sin decirlo, me insinuó que,<br />

como yo no servía para los estudios, sería mejor que dejase la Compañía.<br />

Eso me lo decía un provincial que, por el solo hecho de haber nacido en un<br />

rincón de Aragón, ya se imaginaba que podía apellidarse Aragonés. Por<br />

supuesto, no sabía lo que ser Aragonés significaba para Gradan, ese -jesuíta<br />

desedificante» que bastaba para dudar de la seguridad de quienes lo admirasen.<br />

Claro que para él -estudios- significaba más los cánones que el derecho canó­<br />

nico, la escolástica más que la teología y la filosofía escolásticas, las rúbricas más<br />

que la liturgia, y ello le disculpa, en parte. Pero quien tenía que decidir en<br />

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