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1 PORTADA COLOMBIA HOY - Comunidad Andina

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rencorosa, torva, de muchedumbre silenciosas que en la calle tropiezan con otras<br />

muchedumbres, como un río con el mar, bajo la lluvia”<br />

(p. 254).<br />

Pero si la mirada de Caballero sobre Bogotá es dura, la de Fernando Vallejo<br />

(Medellín, 1942) es implacable. Hay mayor distancia. “Bogotá, fría y sucia tiritaba en su<br />

mugre” (p. 88). Así la describe en El fuego secreto (1986) una diatriba contra el país y<br />

sus males, formulada dentro del recuento que un joven homosexual antioqueño hace de<br />

su iniciación, tanto a la bohemia como a las drogas.<br />

Hijo de un senador, los nombres propios y la exacta topografía urbana de Medellín<br />

—calle Junín, barrio Guayaquil, cárcel de La Ladera— conviven con disquisiciones<br />

lingüísticas y teóricas acerca de la propia novela y, lo cual es decisivo, con la pregunta<br />

acerca de cuánta potencia irracional encierra la lengua.<br />

Apelando a figuras como las de Fernando González, otro iconoclasta, y oscilando<br />

en ese terreno que va de la fascinación por el lumpen al rechazo de las facciosas sectas<br />

de la intelectualidad marxista, la novela termina por armarse en torno a un yo<br />

espasmódico. Alguien que bien puede desechar con rabia lo que fue como expresar, con<br />

el mismo lirismo con que Barba Jacob enumeró a sus muchachos casados con la<br />

muerte, sus apetitos.<br />

El texto, ardiente exorcismo, culmina con un rechazo a la figura de Bolívar. La<br />

violencia de sus páginas presagia una Colombia en la cual las masacres llegaron a ser<br />

demasiado cotidianas y la impersonalidad de las cifras no dejaba de resultar<br />

estremecedora. El balance resultaba desolador dentro del propio texto de la novela:<br />

“¿Y qué veo? Que los bosques ya los talaron, los ríos ya se secaron, las montañas<br />

no eran arables y la capa vegetal de los inmersos llanos era tan mísera, tan ínfima, tan<br />

mínima que daba, si acaso, lástima y para alimentar matorrales y culebras. Sueño de<br />

ingenuo, ilusión de pobre, Colombia nada tiene: sólo el partido conservador y el liberal, o<br />

sea tampoco tiene futuro. Pero Colombia que nada tiene es lo único que tenemos. No es<br />

un consuelo?” (p. 172).<br />

El cierre del horizonte y la clausura de falsas expectativas es, quizás, un alivio:<br />

Termina por enfrentar a los seres con ellos mismos. Quizás sea ésta la razón que lleva a<br />

otros jóvenes como Elena y J., a dejar Envigado e irse a Turbo, en una de las más<br />

logradas novelas recientes: Primero estaba el mar (1983) de Tomás González (1950)<br />

sobrino del mencionado filósofo de “Otra parte”: Fernando González.<br />

Terminarán en una playa remota, queriendo, en vano, poner a funcionar una<br />

ganadería, un sembradío, una tienda o un aserradero, pero nada de ello tiene<br />

dimensiones míticas. Son apenas ocupaciones a las que se entregan, con fervor<br />

primero, con desinterés luego, mientras su relación personal se deteriora, en el<br />

laconismo de unos diálogos perfectos. Pero lo singular no es tanto ello sino el saber,

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