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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />

contempló con incredulidad el edificio <strong>de</strong> color arena que se alzaba ante ella. Sacó <strong>de</strong> un<br />

bolsillo el papel don<strong>de</strong> tenía anotada la dirección, la comprobó y volvió a alzar la vista. No<br />

había error. Sin embargo el edificio parecía más una mansión <strong>de</strong> una historieta <strong>de</strong> Charles<br />

Addams —unas veinte veces más gran<strong>de</strong>, quizá— que un bloque <strong>de</strong> apartamentos <strong>de</strong><br />

Manhattan. La estructura se elevaba, piedra sobre piedra, a la generosa altura <strong>de</strong> nueve<br />

plantas. En lo alto, dos enormes hastiales <strong>de</strong> dos pisos se cernían como cejas sobre la<br />

fachada. El tejado <strong>de</strong> pizarra guarnecido <strong>de</strong> cobre estaba erizado <strong>de</strong> chimeneas, chapiteles,<br />

torrecillas, florones… <strong>de</strong> todo menos mirador. O menos aspilleras habría que <strong>de</strong>cir quizá<br />

en este caso, pensó Hayward. El Dakota, se llamaba. Un extraño nombre para un extraño<br />

edificio. Había oído hablar <strong>de</strong> él, pero nunca lo había visto. Pero, claro está, no encontraba<br />

muchas excusas para visitar el Upper West Si<strong>de</strong>.<br />

Se dirigió hacia el arco <strong>de</strong> entrada situado en la fachada sur <strong>de</strong>l edificio. El guarda <strong>de</strong><br />

seguridad que se hallaba en la garita contigua tomó su nombre e hizo una breve llamada.<br />

—Vestíbulo suroeste —dijo al colgar, y le indicó el camino.<br />

Hayward se a<strong>de</strong>ntró por el oscuro túnel y salió a un amplio patio interior. Allí se<br />

<strong>de</strong>tuvo un momento a contemplar las fuentes <strong>de</strong> bronce, pensando que el rumor suave,<br />

casi enigmático, <strong>de</strong>l agua parecía fuera <strong>de</strong> lugar en aquella zona <strong>de</strong> Manhattan. Dobló a la<br />

<strong>de</strong>recha y se encaminó hacia la esquina <strong>de</strong>l patio más cercana. Atravesó el estrecho<br />

vestíbulo, entró en el ascensor y pulsó el botón.<br />

El ascensor subió lentamente y se abrió por fin ante un pequeño espacio rectangular<br />

revestido <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra oscura. Al salir, vio enfrente una única puerta. El ascensor se cerró<br />

con un susurro y empezó a <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r, <strong>de</strong>jando a Hayward a oscuras. Por un instante<br />

pensó que se había equivocado <strong>de</strong> piso. Oyó un leve ruido e instintivamente movió la<br />

mano hacia su arma reglamentaria.<br />

—Sargento Hayward. Estupendo. Pase.<br />

Incluso en la oscuridad, Hayward habría reconocido aquella voz meliflua, aquel<br />

acento. Pero la puerta <strong>de</strong>l fondo acababa <strong>de</strong> abrirse, y el agente Pen<strong>de</strong>rgast se hallaba en el<br />

vano, perfilándose su esbelta e inconfundible silueta contra el tenue resplandor <strong>de</strong>l<br />

interior <strong>de</strong>l apartamento.<br />

Hayward entró, y Pen<strong>de</strong>rgast cerró la puerta. Aunque la habitación no era<br />

<strong>de</strong>masiado espaciosa, el alto techo daba una sensación <strong>de</strong> suntuosidad. Hayward miró<br />

alre<strong>de</strong>dor con curiosidad. Tres <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s estaban pintadas <strong>de</strong> un color rosa intenso,<br />

bor<strong>de</strong>adas tanto arriba como abajo por molduras negras. La luz procedía <strong>de</strong> <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> lo<br />

que parecían finísimos trozos <strong>de</strong> ágata enmarcados en apliques <strong>de</strong> bronce con forma <strong>de</strong><br />

concha situados a unos dos metros <strong>de</strong> altura. La cuarta pared estaba recubierta <strong>de</strong> mármol<br />

negro. Por la superficie <strong>de</strong>l mármol corría <strong>de</strong> arriba abajo una <strong>de</strong>licada cortina <strong>de</strong> agua,<br />

semejante a una cascada <strong>de</strong> cristal, <strong>de</strong>sapareciendo con un ligero borboteo por la rejilla <strong>de</strong>l<br />

suelo. Había pequeños sofás <strong>de</strong> piel en distintos puntos <strong>de</strong> la sala, sus bases hundidas en<br />

el tupido pelo <strong>de</strong> la alfombra. Los únicos elementos <strong>de</strong>corativos eran unos cuantos<br />

cuadros y varias plantas <strong>de</strong> tallo retorcido dispuestas sobre mesas lacadas. Todo estaba<br />

obsesivamente limpio, sin una mancha ni una mota <strong>de</strong> polvo. Aunque <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> haber<br />

otras puertas que conducían al resto <strong>de</strong> las habitaciones, sus contornos estaban tan bien<br />

disimulados que Hayward era incapaz <strong>de</strong> distinguirlos.<br />

—Siéntese don<strong>de</strong> guste, señorita Hayward —dijo Pen<strong>de</strong>rgast—. ¿Quiere tomar algo?<br />

—No, gracias —respondió Hayward. Eligió el sofá más cercano a la puerta y se <strong>de</strong>jó<br />

envolver voluptuosamente por la suave piel negra. Contempló el cuadro que colgaba <strong>de</strong> la<br />

pared más próxima, un paisaje impresionista con almiares y un sol rosado que por alguna<br />

razón le resultaba familiar—. Un sitio agradable, aunque el edificio es un tanto extraño.<br />

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