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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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DOUGLAS PRESTON & LINCOLN CHILD EL RELICARIO<br />

El policía se levantó la visera y la miró.<br />

—Hay un puesto avanzado <strong>de</strong> mando en el castillo —contestó—. Al menos, eso dice<br />

el comunicado. Pero en estos momentos está todo bastante <strong>de</strong>sorganizado, como pue<strong>de</strong><br />

verse.<br />

—El Castillo <strong>de</strong> Belve<strong>de</strong>re. —Hayward se volvió hacia Carlin—. Mejor será que<br />

vayamos.<br />

Mientras corrían por Central Park West, Hayward curiosamente recordó su visita a<br />

unos estudios <strong>de</strong> Hollywood dos años atrás. Había paseado por unos <strong>de</strong>corados que<br />

reproducían una calle <strong>de</strong> Manhattan y habían sido utilizados en el rodaje <strong>de</strong> innumerables<br />

musicales y películas <strong>de</strong> gángsters. Había visto farolas, escaparates, bocas <strong>de</strong> incendios…<br />

<strong>de</strong> todo menos gente. En aquella ocasión, el sentido común le había dicho que a sólo cien<br />

metros <strong>de</strong> allí se hallaban las calles bulliciosas y vibrantes <strong>de</strong> California. Así y todo, la<br />

silenciosa <strong>de</strong>solación <strong>de</strong>l <strong>de</strong>corado se le había antojado casi espectral.<br />

Esa noche Central Park West le producía la misma impresión. Aunque a lo lejos oía<br />

las bocinas <strong>de</strong> los coches y las sirenas, y sabía que <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l parque se concentraba gran<br />

número <strong>de</strong> efectivos <strong>de</strong> la policía para acabar con los disturbios y la confusión, aquella<br />

avenida anormalmente oscura le resultaba irreal y espectral. Sólo algún que otro portero,<br />

vecino curioso o control policial rompían el ambiente <strong>de</strong> ciudad fantasma.<br />

—¡Jo<strong>de</strong>r! —masculló Carlin a su lado—. ¿Ha visto eso?<br />

Hayward alzó la vista, y sus lucubraciones se <strong>de</strong>svanecieron en el acto.<br />

Fue como pasar <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n al caos a través <strong>de</strong> una zona <strong>de</strong>smilitarizada. Al sur, al otro<br />

lado <strong>de</strong> la calle Sesenta y cinco, vieron los estragos <strong>de</strong> la algarada: vidrieras <strong>de</strong><br />

establecimientos hechas añicos, marquesinas rasgadas cuyos jirones on<strong>de</strong>aban al viento.<br />

Allí se incrementaba la presencia policial, con barricadas azules por todas partes. Los<br />

coches aparcados junto a la acera no tenían ventanillas ni parabrisas. Unas manzanas más<br />

abajo, una grúa <strong>de</strong> la policía con luces <strong>de</strong> advertencia amarillas retiraba el chasis humeante<br />

<strong>de</strong> un taxi.<br />

—Parece que por aquí ha pasado una horda <strong>de</strong> topos no muy contentos —murmuró<br />

Hayward.<br />

Cruzaron la calle oblicuamente en dirección a una entrada <strong>de</strong>l parque. Después <strong>de</strong> la<br />

<strong>de</strong>strucción que acababan <strong>de</strong> ver, los estrechos caminos <strong>de</strong> asfalto parecían apacibles y<br />

<strong>de</strong>siertos. Pero los bancos <strong>de</strong>strozados, las papeleras volcadas, los montones <strong>de</strong> basura<br />

aún llameantes daban mudo testimonio <strong>de</strong> lo que había ocurrido allí hacía sólo un rato. Y<br />

el ruido proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> las zonas interiores <strong>de</strong>l parque presagiaba un caos aún mayor.<br />

De pronto Hayward se <strong>de</strong>tuvo e hizo parar también a Carlin. Más a<strong>de</strong>lante, en la<br />

oscuridad, distinguía a un grupo <strong>de</strong> personas —era imposible saber cuántas— que<br />

caminaba con actitud achulada hacia el Great Lawn. No pue<strong>de</strong>n ser policías, pensó. No<br />

llevan cascos, o ni siquiera gorras. Una estri<strong>de</strong>nte andanada <strong>de</strong> abucheos y palabras soeces<br />

confirmó su sospecha.<br />

Se encaminó rápidamente hacia ellos, <strong>de</strong> puntillas para reducir el ruido al mínimo. A<br />

diez metros por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l grupo, se <strong>de</strong>tuvo.<br />

—¡Alto! —dijo, apoyando la mano en su arma reglamentaria—. ¡Policía!<br />

Pararon y se dieron media vuelta. Eran cuatro, no, cinco hombres, jóvenes, vestidos<br />

con chaquetas sport y polos. Hayward se fijó <strong>de</strong> inmediato en las armas visibles: dos bates<br />

<strong>de</strong> aluminio y algo que parecía un cuchillo <strong>de</strong> cocina.<br />

La miraron, sonrojados, todavía risueños.<br />

—¿Sí? —contestó uno <strong>de</strong> ellos, dando un paso al frente.<br />

—No se mueva <strong>de</strong> don<strong>de</strong> está —advirtió Hayward. El hombre obe<strong>de</strong>ció—. Y ahora<br />

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